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viernes, 14 de junio de 2013

Peleas entre hermanos ¿Qué hacer?


LIBRO: OSCAR MISLE Y FERNADO PEREIRA. CECODAP
Los niños y niñas pelean mucho entre ellos y con otros niños y niñas. Bien sea porque están molestos, se metieron con ellos o aprendieron en la casa que los conflictos se resuelven con golpes. Tienen desacuerdos y quieren que prevalezca su posición.

¿QUÉ PUEDO HACER?

· Cuando estén discutiendo, sin golpearse, déjelos solos. Con las peleas aprenden a resolver sus problemas sin que tenga que intervenir una persona adulta. Si se sienten muy molestos, no trate de resolver el conflicto en ese momento porque sus emociones no les permitirán hablar con serenidad.

· Cuando estén más calmados, apóyelos para que puedan encontrar una manera para resolver sus diferencias sin agresiones. Es contraproducente preguntar cómo empezó la pelea o quién la originó, porque cada uno le echará la culpa al otro.

· Permita que digan lo que sienten, inclusive que manifiesten su rabia. Estos sentimientos son normales y no desaparecen porque usted no los quiera escuchar.

· Permita que expresen sus sentimientos de rabia siempre y cuando no golpeen ni digan palabras que ofendan al otro.

· Es importante que aprendan que sentir no es malo. Le podemos decir: "Me doy cuenta de que estás muy bravo con él; pero pegarle a alguien no es el camino correcto".

· No los compare entre sí o con amigos, primos, vecinos, porque genera rivalidades. Las comparaciones suelen hacer que los niños y niñas peleen más.

· Cuando pelean porque uno quiere ver un programa de TV distinto al otro, usted puede decirle: "Voy a apagar el televisor hasta que logren ponerse de acuerdo en el canal que quieren ver. Si no lo logran no va ser posible que vean la TV. Solo cuando se pongan de acuerdo lo volvemos a prender".

CUANDO SE ESTÁN GOLPEANDO
· Si se están golpeando, sepárelos y dígales: "No le hagas daño a tu hermano/a", puedes buscar otra forma de manifestar tu desacuerdo". Es conveniente decirle que de esa manera no se solucionan los problemas y le puede solicitar que busquen otra forma, sin agredirse.

· Si están peleando por un juego, dígales: "Veo que no se ponen de acuerdo para jugar, así no pueden continuar", (retirar el juego hasta que asuman una actitud distinta).

LO QUE PUEDO SENTIR

Sus peleas podrían angustiarnos porque pueden agredirse, perjudicar sus relaciones y vínculos, afectando la relación familiar. Al mismo tiempo puedo creer que sólo la armonía y la paz es la que debe reinar en el hogar y considerar que cualquier expresión de agresividad significa que tengo hijos(a)s, nieto(a)s o nietas con problemas. Puede ser que mi relación como pareja o en la familia sea muy violenta y los niños y niñas copien la forma en que solemos reaccionar cuando tenemos problemas con otras personas.




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martes, 11 de junio de 2013

La intolerancia política. ¿Qué sienten los niños?

Vivimos en el país un clima emocional muy tenso por los apretados resultados en las elecciones presidenciales. Una situación que genera en las familias sentimientos variados, dependiendo de la opción política que se tenga.

  Quienes perciben los resultados como fracaso, seguramente sienten rabia, desencanto, tristeza, etc. porque no se logró lo esperado. Las expectativas hacen que lo que parecía  colorido se vuelva gris, turbio.

  Los  que tuvieron de su lado el triunfo sienten alegría, euforia… que  si no se procesa adecuadamente puede provocar sentimientos de rechazo, envidia, rabia en los perdedores.

¿Cómo hacer con la ensalada de emociones poselectoral?

• Reconocerlas y ponerles nombre. Tengo rabia, me siento triste, tengo miedo… identificarlas nos permite tomar el control. No es conveniente reprimirlas o evadir la realidad, porque pueden hacernos una mala jugada  y, cuando menos imaginemos, explotamos actuando violentamente, o sufrimos una implosión: esa explosión que se da por dentro y que puede enfermarnos.

• Comunicarnos. Compartir los sentimientos con otros nos permite hacer catarsis, desahogamos, soltar eso que nos duele, quema o irrita. Si no logramos desahogarlo, podrías afectarse nuestra salud física o emocional. La tristeza puede convertirse en depresión, el temor en pánico, la rabia en un problema digestivo, circulatorio, respiratorio… para prevenirlo o abordarlo es importante buscar ayuda profesional.

A los niños, gestos de tolerancia

• Debemos estar atentos a qué decimos y cómo lo expresamos delante de nuestros niños. Posiblemente, sin darnos cuenta, utilizamos palabras que descalifican, ofenden, discriminan o insultan que pueden producirles miedo, rabia, ansiedad, desconcierto.   

• Preguntarles qué piensan y sienten. No los podemos aislar en una campana: escuchan y ven lo que hacemos o decimos, mas si los tenemos expuestos todo el día a la información que llega por los distintos medios de comunicación y redes sociales. Sin embargo, es necesario dosificar y evitar que el tema político secuestre todos los espacios de la convivencia familiar, como los momentos de las comidas, los espacios para la recreación, la hora de irse a la cama, etc.

• Darle contenido al respeto, tolerancia y paz. Se pueden utilizar ejemplos de la vida  cotidiana en los que se puedan identificar como que a pesar de ser distintos, podemos convivir manteniendo nuestras ideas y respetando lo que otros piensan y sienten, destacando que tolerar no significa renunciar a lo que creemos para complacer a otros, y viceversa.

• Estar atentos a lo que  pasa en la escuela. Si nos comentan que  el tema político está   afectando su convivencia escolar, es conveniente contactar a los educadores para conocer  cuál es su percepción y qué están haciendo para manejar adecuadamente la situación de intolerancia irrespeto.

• La mejor herramienta es el ejemplo. Todos debemos poner de nuestra parte estando  atentos en lo que decimos y cómo lo decimos, de eso dependerá que la paz o la violencia sea la protagonista

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La agresión como forma de relación

Muchos de nuestros muchachos crecen en ambientes en el que nos comunicamos agrediendo a otros, utilizando palabras ofensivas, descalificadoras y humillantes, y lo asumen como parte normal de las relaciones.

   Desde muy pequeños aprenden que la forma de resolver los conflictos es ocasionando daño físico a los demás. Estas agresiones pueden ser entre padres e hijos, hermanos, vecinos, compañeros de clases…

  Lo  escuchan en la radio, lo ven en las noticias y programación de la tv cuando se  difunden noticias sobre disputas políticas en las que protagoniza la agresión verbal y física, lo viven en la calle y comunidades, asumiendo que la forma de hacer un planteamiento o reclamo a otro es descalificando a la persona. Por ejemplo, insultan al que está delante en la cola, no respetan las señales de tránsito, ofenden a los  que difieren de sus intereses e ideas.

    Desde pequeños asumieron que la forma de solucionar los problemas es utilizando la agresión para que otros los respeten. En la casa les pegaban cuando no hacían lo que sus padres consideraban correcto o adecuado. Aprendieron a agredirse físicamente entre hermanos cuando no estaban de acuerdo y trasladan esa forma de resolver los conflictos al centro educativo y demás espacios de socialización.

   Las víctimas de violencia van acumulando rabia, descontento, frustración y puede ser que exploten y utilicen los golpes como una manera de descargar la ira o rabia reprimidas.

¿Qué podemos hacer?

• Posibilitar que expresen sus emociones. Muchas veces la rabia contenida hace que su resentimiento los impulse a utilizar palabras hirientes u ofensivas para defender sus argumentos, hacer reclamos y establecer límites. Que se sienta rabia o que se manifieste indignación frente a una situación que nos molesta no es malo. El problema es que nos desahoguemos ofendiendo o agrediendo a otros. Es importante expresar qué y cómo nos sentimos.

• Revisar si la agresión está presente en nuestros hogares. Puede pasar que las familias hayan “naturalizado” la agresión para exigir que otro se comporte de acuerdo a sus expectativas, corregir, resolver diferencias. Quizás no nos damos cuenta de que la violencia en la familia se ha convertido en algo “normal” y los hijos reaccionan agresivamente en los otros espacios, reproduciendo lo que viven en su casa.

• No tomar la justicia por las propias manos. Suele pasar que cuando nuestros hijos nos cuentan que fueron víctimas de violencia verbal o física los impulsamos para que no se queden con los golpes o palabras ofensivas. Los incitamos a que se defiendan y no nos damos cuenta que estamos poniendo en riesgo su integridad física o emocional. Puede ser que el otro sea más fuerte, esté aliado a un grupo o tenga un arma.

• Poder del ejemplo. Le exigimos que no sean violentos y cuando alguien nos tropieza reaccionamos con agresiones físicas o verbales. Líderes políticos pierden el control y  golpean  e insultan cuando hay desacuerdos. No les podemos pedir a los muchachos que actúen de manera pacífica si nuestro comportamiento está signado por la violencia.

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Acoso en y fuera de la escuela

“Me llamo Roberto. Me duele y da rabia confesar que todos los días Carlos Alberto se mete conmigo, se burla de mí. Dice que soy raro, me quita el dinero. Tiene un grupo de chamos que  se ríen de sus burlas, y creo que es porque tienen miedo de que les pase lo mismo que a mí, o tal vez quieran ser como él. Me amenaza si no dejo que se burle de mí. Me dice  que me voy a arrepentir. Me siento solo, triste, con vergüenza, culpable por ser así y tengo miedo de comentárselo a mi familia y profesores. A veces me provoca desaparecerme para siempre”.

    La historia de Roberto nos muestra cómo el acoso escolar es una forma de violencia que  se da cuando un estudiante que se considera o es más fuerte y poderoso, como el caso de  Carlos Alberto, utiliza el poder para hacerle daño a alguien más pequeño o débil.
    Para cumplir su cometido Carlos Alberto utiliza, de forma intencionada y reiterada, agresiones físicas, verbales o psicológicas para hacerle daño a Roberto, quien no se defiende y se convierte en su víctima.

Agresiones de vieja data

    El acoso escolar no es nuevo, lo vivimos y sufrimos desde hace muchos años, así lo  comentan nuestras familias, amigos y educadores, solo que en esos tiempos no se le reconocía como violencia a pesar de los efectos emocionales que generaba y que  convirtió a muchos adultos en seres temerosos, inseguros, intolerantes, defensivos… dificultando su capacidad de relacionarse  con los demás.

   El que sea una realidad de vieja data no le quita importancia, al contrario, requiere que revisemos esa forma tradicional de divertirnos a costa de los demás, y no con los demás.

    También se suele decir, para justificar el acoso, que es la forma coloquial de nuestra cultura de echar broma, tal y como pasa con el famoso y muy difundido “chalequeo”, especialmente cuando lo usamos para burlarnos de alguien que tiene alguna condición  diferente con el fin de molestarlo, hacerle sentir mal, avergonzado y humillado.

   Desde la educación inicial debemos estar atentos; identificando si en los juegos los niños y niñas utilizan las agresiones para divertirse y generar malestar y dolor a otros
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    El acoso implica una relación de poder. Lo utilizamos para obtener popularidad y control  mostrándonos como el más fuerte, el más  popular… Por su condición, las  víctimas se convierten en el blanco de burlas, segregación y exclusión. Los califican como “raros” por su apariencia, condición  física, estatura, procedencia, nivel académico, rendimiento escolar, orientación sexual, preferencias políticas o religiosas.

    El acoso escolar habla de la muy poca tolerancia a la diversidad y de la violencia como formas de vincularnos. El tema se complica por estar enmascarado con el chalequeo y pasa desapercibido. Lo consideramos “cosa de muchachos” y olvidamos que es violencia. No la debemos dejar pasar.

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Las madres adolescentes ¿Celebran su día?

De pronto descubrimos que nuestra hija, con apenas 14 años, se inició sexualmente, bien sea por algo que leímos en su mensajería, redes sociales o porque escuchamos algún tipo de comentario. Nos surgen una serie de temores como por ejemplo el embarazo. Y cuando menos imaginamos, lo que era solo un temor, se traduce en una realidad ¡Está embarazada!

Las estadísticas del Fondo de Población de Naciones Unidas hablan por sí solas: Venezuela encabeza la lista de países de Sudamérica con mayor número de embarazos adolescentes, con una cifra que está cerca de los 120 000 embarazos anuales. Realidad que exige que la prevención se convierta en una política pública, prioritaria, con programas que propician la activa participación de las familias, centros educativos y comunidades.

Un embarazo cambia la vida de los adolescentes. En el caso de la mujer se convierte en un factor de riesgo que puede poner en peligro su salud física y emocional porque no está preparada corporalmente ni es suficientemente madura para asumir tal responsabilidad. El hombre también se “embaraza”, solo que culturalmente la responsabilidad cae sobre la mujer, cuando se convierte en padre y no sabe qué hacer con sus sentimientos contradictorios. La angustia de tener que ser un proveedor económico y el vacío emocional de no saber cómo expresar el amor puede hacer que el miedo le lleve a huir.

Los bebés también tienden a sufrir riesgos importantes, porque suelen nacer prematuros, con partos complicados que pueden comprometer su salud y vida.
En el caso de los embarazos no deseados son altas las posibilidades de que los bebés sean víctimas de violencia física o emocional, y hasta el abandono.

¿Qué podemos hacer?

Formar para una sexualidad sana, placentera y responsable. Hablamos de formar y no solo de informar. Una investigación realizada por una empresa demostró que de cada 10 adolescentes embarazadas 8 tenían la información de cómo evitar un embarazo. Lo que demuestra que la información por sí sola no basta. Hay que considerar otros aspectos, como por ejemplo: el valor que se le da culturalmente a la maternidad, la necesidad de conseguir el afecto en unos brazos aunque sea a través de una relación sexual no protegida, la búsqueda de salidas de hogares inhóspitos o donde el abandono está presente, la presión social, las resistencias en torno al uso de métodos anticonceptivos. La formación para el ejercicio responsable de la sexualidad debe comenzar desde los primeros años.

Conocer cuáles son los métodos de anticoncepción. De tal forma que podamos, en el momento que se presente la oportunidad, conversar. Se tiene la percepción de que hablar sobre estos temas puede despertar el interés de nuestros hijos e inclusive estimular las relaciones sexuales y la promiscuidad. Sin embargo, la información es importante para que los adolescentes tomen las decisiones correctas cuando tengan que tratar temas relacionados con su sexualidad y sean capaces de implementar métodos para prevenir embarazos no deseados.

Concebir la salud sexual y reproductiva como un derecho. Según la LOPNNA, todos los adolescentes tienen derecho a ser informados y educados, de acuerdo a su desarrollo, en salud sexual y reproductiva para una conducta sexual y una maternidad o paternidad responsable, sana, voluntaria y sin riesgos.

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La adolescencia ¿Una alcabala por la que no se logra pasar?

El pasado miércoles 29 de mayo Cecodap presentó el Informe sobre muertes violentas de niños, niñas y adolescentes. Producto de una investigación realizada por Andrea Chacón   y José Fernández, su objetivo fue caracterizar y analizar el impacto de la violencia en niños, niñas y adolescentes para el período 1997 al 2009.

El Estado venezolano ha tenido éxito en la aplicación de políticas públicas para la prevención y disminución de las muertes ocasionadas por enfermedades prevenibles infecciosas, parasitarias y bacterianas, que dependen del entorno socioambiental del niño o niña; con una repercusión en la disminución de la mortalidad infantil, uno de los ejes de tratamiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU, los cuales  suscribe Venezuela.

El problema es que se están salvando vidas de niños y niñas en sus primeros años de vida; pero las pierden al llegar a la adolescencia al ser víctimas de muertes violentas, especialmente por armas de fuego.

A partir de los 12 años, los adolescentes se convierten en los principales protagonistas de las muertes violentas. Estos hechos se muestran de forma más intensa entre los varones. En un hecho violento, resulta bastante probable que exista un adolescente varón fallecido con edades de entre 12 y 17 años.

LA ESCUELA ES ESCUDO DE PROTECCIÓN
En el caso de las adolescentes, viajar como “parrillera” en las motocicletas parece empezar a jugar un rol determinante en el aumento de las muertes por accidentes. Por otro lado, resulta preocupante ver la mortalidad en la población adolescente producto del “embarazo, parto y puerperio” que han aumentado año a año, duplicándose la cantidad entre 1997 y 2009.

Según revela el informe las localidades con más intensidad de las muertes violentas con armas de fuego son eminentemente urbanas y se concentran principalmente en la zona norte costera de país. Además, resulta claro que la mayoría de ellas son capitales o zonas metropolitanas.

En los meses de vacaciones escolares aumenta la incidencia de este tipo de hechos: enero, agosto y diciembre. Esto evidencia  la importancia que tiene la asistencia a los centros  educativos como espacios de  protección cuando la inseguridad personal está a la vuelta de la esquina.
Es dramático constatar que las tasas de muertes violentas han aumentado en el tiempo para todas las edades. Este incremento ocurre de forma desigual: entre los adolescentes de 12 a 14 años, la tasa se casi se duplica entre 1997 y 2009; mientras que para los de 15 a 17 años prácticamente se triplica y llega a posicionarse en 79 muertes por cada 100.000 NNA en 2009.
Con estos datos urge una política de desarme para evitar que la adolescencia no se convierta en una alcabala por la que no se logre pasar. Promover y defender el derecho a la vida debe ser un compromiso del Estado y de la sociedad en su conjunto.

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lunes, 10 de junio de 2013

LA ADOLESCENCIA EN EL TIEMPO Y LOS CONTEXTOS

La forma  en que se vive y siente la adolescencia cambia según el tiempo y los contextos. Cada  generación pensará, sentirá y actuará bajo condiciones culturales, ambientales, políticas, económicas y tecnológicas que ejercerán una influencia importante en su forma de actuar y reaccionar frente a determinadas situaciones.

En un conversatorio intergeneracional intercambiábamos cómo eran nuestros tiempos.  Con nostalgia expresábamos que las cosas han cambiado mucho, resaltando como valores “el respeto”, “la obediencia” a la  familia, al maestro, al policía. Señalábamos que con  solo “una pelada de ojos” recibíamos el mensaje de guardar silencio, no manifestar un desacuerdo… y ¡ay de aquel que se le ocurriera no aceptar esa señal! Uno de los adolescentes (15 años) nos interpeló y dijo: “¿Por qué  si todo era tan bueno las cosas están como están?, ¿qué pasó con esa forma de obedecer, no será que reprimían lo que sentían?

Tengo la impresión de que no sirvió de mucho, basta con salir a la calle y ver lo que pasa,  el irrespeto a las señales de tránsito, la poca solidaridad con los vecinos y compañeros de trabajo, los vecinos que se niegan a participar en las reuniones del condominio… para darnos cuenta de los pocos avances que hemos tenido en materia de convivencia”.

Si bien es cierto que la condición de adolescentes hace que exista en su proceso de desarrollo evolutivo características similares, no los podemos meter en “un solo saco”. La tendencia a generalizar, obviando las diferencias individuales, hace que se estandaricen  las prácticas pedagógicas, y se sueñe con una especie de recetario, casi con poderes  mágicos, para abordar las situaciones que afectan la convivencia.

NO QUEDA OTRA  QUE PACTAR
Desde los primeros años los niños comienzan a expresar su necesidad de hacer valer su autonomía. Ello requiere desarrollar la responsabilidad y la capacidad de decisión. La responsabilidad no es otra cosa que la habilidad para responder por las consecuencias de los actos. La única forma de que puedan desarrollarla es teniendo la oportunidad de ponerla en práctica.

Lo mismo pasa con la capacidad de decidir. Se aprende cuando le brindamos oportunidades para tomar decisiones, ofreciendo diferentes opciones y alternativas, y los motivamos a argumentar cuáles consideran apropiadas y cuáles no.

A diferencia de la niñez, con los adolescentes lo que más funciona es pactar, negociar. La negociación es la palabra clave; sin embargo muchos padres y educadores cuando la escuchan lo hacen con recelo. La negociación debe partir de la premisa que no debemos estar a la defensiva constantemente. Mucho menos si nos hemos preocupado en crear en nuestro hogar un clima de respeto y confianza.

La negociación es una forma de pactar donde las partes asumen compromisos ante una determinada situación. Ello requiere establecer parámetros que se discuten, llegar a un acuerdo y establecer consecuencias claras en caso de que se incumpla lo acordado.

Los adolescentes de hoy viven un mundo complejo y retador que requiere repensar  y reinventar nuevas formas para su formación y participación.

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DE LA ESCUELA ABURRIDA A LA INSPIRADORA

En muchos de los centros educativos, afectados seriamente por problemas de convivencia, nos expresan con un dejo de resignación que, lamentablemente, no hay tiempo para actividades de sensibilización y prevención de la violencia porque se debe cumplir con el programa.

En la sociedad de la información, las tecnologías van mostrando nuevos y más avanzados equipos, redes sociales y de datos, sin embargo seguimos ejerciendo la educación como la que nos dieron a nosotros. ¿El resultado? aburrimiento de los estudiantes, desánimo de los educadores y frustración, que se traduce en hostilidad y violencia 
La escuela tiene que repensarse, actualizarse, dar respuesta a las inquietudes de la niñez y adolescencia de nuestros tiempos. Una escuela obsoleta será, en sí misma, promotora del desinterés y de problemas en la convivencia.

Y valga una cita del poeta y ensayista colombiano William Ospina: “Yo a veces hasta he llegado a pensar que no vamos a la escuela tanto a recibir conocimientos, cuanto a aprender a compartir la vida con otros; a conseguir buenos amigos y buenos hábitos sociales”.

EL PUPITRE VACÍO
Nadie puede negar la preocupación existente en muchos centros educativos por garantizar "la excelencia académica". Esto hace que el gran protagonista sea el desarrollo cognitivo. Lo cognitivo colmó todos los espacios del aula, mientras que el pupitre de los aspectos sociales y emocionales se quedó vacío. Y nos olvidamos o dejamos de lado la importancia de:

• Una escuela que sea un espacio donde tenga cabida la vida de sus estudiantes, con sus sueños, alegrías, duelos, tristezas; solo en esa medida entrará en los corazones de quienes en ella conviven y constituirá la mayor y mejor prevención posible
• Conocerse a uno mismo: reconocer los propios sentimientos y manejar el enojo o la cólera.
• Entenderse a uno mismo: manejar las propias emociones, fijarse metas y sortear los obstáculos.
• Entender a los demás: desarrollar empatía y ponerse en el lugar del otro.
• Construir relaciones saludables: decir NO a la presión negativa de los pares y trabajar constructivamente en la resolución de conflictos.
• Tomar decisiones responsables y llevarlas adelante: incluye considerar las consecuencias que las propias acciones tienen a largo plazo para uno mismo y para los demás.

LA ESCUELA QUE SOÑAMOS
En los talleres con estudiantes les hemos hecho esta pregunta: ¿cuál es la escuela que soñamos?
• “Me gustaría que antes de cada clase me explicaran qué utilidad tendrá en mi vida aprender ese contenido”.
• “Quisiera aprender de arte no solo viendo cuadros en un libro de texto, sino visitando museos”.
• “Me encantaría hacer visitas a instituciones, parques… para aprender contactando la realidad, la naturaleza”.
• “Que tenga  un patio para poder salir del salón y  correr en el recreo”.
•  “Con profesores contentos con su trabajo”.
La escuela necesita renovarse, rejuvenecerse para convertir la energía de los niños y niñas en posibilidades para crear, crecer emocionalmente y creer que es posible una sociedad  diferente, donde la inclusión sea un derecho de todos, sin discriminación de ningún tipo.

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LOS NIÑOS HOSPITALIZADOS TIENEN DERECHOS

Todos, en algún momento, hemos tenido hospitalizado a un niño o adolescente cercano. Los hospitales o clínicas son asociados con dolor, enfermedad, muerte, aislamiento… y olvidamos que  es responsabilidad compartida entre el Estado, las familias y la sociedad garantizar el ejercicio y disfrute, pleno y efectivo, de sus derechos y garantías para  que su estadía en el  hospital contemple las medidas  necesarias para reestablecer su salud física y emocional.
    Cuando se encuentran  hospitalizados no solo son un paciente identificado con un número de historia; son una vida llena de expectativas, sueños, ilusiones y esperanzas que amerita una atención integral de salud, oportuna y de la más alta calidad.

Tienen derechos a:
• Ser hospitalizados solo si el cuidado que requieren no puede ser suministrado en su hogar o mediante un tratamiento ambulatorio.
• Estar informados, de manera apropiada para su edad y nivel de madurez, de su enfermedad y del tratamiento.
•  Permanecer junto a sus padres u otro familiar todo el tiempo de la hospitalización. Este acompañamiento tiene el propósito de que se sientan protegidos, seguros en un ambiente de afecto y calor familiar.
•  Compartir su hospitalización con otros niños que tengan las mismas necesidades de desarrollo y, salvo en casos de necesidad extrema, no deben hospitalizarse junto con adultos.
• Estar protegidos del dolor y evitarles el estrés, las angustias y preocupaciones innecesarias.
• Tener oportunidad de jugar, recrearse y educarse de acuerdo con su edad y condiciones de salud y posibilidades del  centro de salud.
• Permanecer cuidados por personal sensibilizado y capacitado para responder a sus necesidades físicas y emocionales, y las de sus familias.
•  Ser tratado con amor y comprensión. Su privacidad debe ser respetada en toda circunstancia.
•  Que sus familias estén informadas acerca de la rutina de la hospitalización y tratamiento para que compartan y cooperen en el cuidado de sus hijos.
•  Que sus familias sean informadas detalladamente, en caso de participar en ensayos clínicos o pruebas, sobre el procedimiento y, una vez comprendido, deberán autorizarlo por escrito (consentimiento informado). El niño, niña o adolescente una vez informado, tiene derecho a emitir su opinión y a participar en la toma de decisiones en cuanto a si quiere o no participar en dichas pruebas.

    Cuando las familias de niños o adolescentes que son hospitalizados porque viven con enfermedades crónicas, o sufrieron un accidente, se apoyan solidariamente, cooperan, se organizan para exigir mejoras en los servicios. La enfermedad se convierte en una oportunidad de encuentro; el dolor cuando se comparte se convierte en fortaleza y la enfermedad se transforma en una posibilidad de crecimiento personal, familiar y social.

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VIOLENCIA. HAY QUE HABLAR CON LOS NIÑOS

  Óscar Misle Óscar Misle Los recientes enfrentamientos armados en la Cota 905 y comunidades aledañas y los operativos que se van realizan...