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martes, 11 de junio de 2013

La agresión como forma de relación

Muchos de nuestros muchachos crecen en ambientes en el que nos comunicamos agrediendo a otros, utilizando palabras ofensivas, descalificadoras y humillantes, y lo asumen como parte normal de las relaciones.

   Desde muy pequeños aprenden que la forma de resolver los conflictos es ocasionando daño físico a los demás. Estas agresiones pueden ser entre padres e hijos, hermanos, vecinos, compañeros de clases…

  Lo  escuchan en la radio, lo ven en las noticias y programación de la tv cuando se  difunden noticias sobre disputas políticas en las que protagoniza la agresión verbal y física, lo viven en la calle y comunidades, asumiendo que la forma de hacer un planteamiento o reclamo a otro es descalificando a la persona. Por ejemplo, insultan al que está delante en la cola, no respetan las señales de tránsito, ofenden a los  que difieren de sus intereses e ideas.

    Desde pequeños asumieron que la forma de solucionar los problemas es utilizando la agresión para que otros los respeten. En la casa les pegaban cuando no hacían lo que sus padres consideraban correcto o adecuado. Aprendieron a agredirse físicamente entre hermanos cuando no estaban de acuerdo y trasladan esa forma de resolver los conflictos al centro educativo y demás espacios de socialización.

   Las víctimas de violencia van acumulando rabia, descontento, frustración y puede ser que exploten y utilicen los golpes como una manera de descargar la ira o rabia reprimidas.

¿Qué podemos hacer?

• Posibilitar que expresen sus emociones. Muchas veces la rabia contenida hace que su resentimiento los impulse a utilizar palabras hirientes u ofensivas para defender sus argumentos, hacer reclamos y establecer límites. Que se sienta rabia o que se manifieste indignación frente a una situación que nos molesta no es malo. El problema es que nos desahoguemos ofendiendo o agrediendo a otros. Es importante expresar qué y cómo nos sentimos.

• Revisar si la agresión está presente en nuestros hogares. Puede pasar que las familias hayan “naturalizado” la agresión para exigir que otro se comporte de acuerdo a sus expectativas, corregir, resolver diferencias. Quizás no nos damos cuenta de que la violencia en la familia se ha convertido en algo “normal” y los hijos reaccionan agresivamente en los otros espacios, reproduciendo lo que viven en su casa.

• No tomar la justicia por las propias manos. Suele pasar que cuando nuestros hijos nos cuentan que fueron víctimas de violencia verbal o física los impulsamos para que no se queden con los golpes o palabras ofensivas. Los incitamos a que se defiendan y no nos damos cuenta que estamos poniendo en riesgo su integridad física o emocional. Puede ser que el otro sea más fuerte, esté aliado a un grupo o tenga un arma.

• Poder del ejemplo. Le exigimos que no sean violentos y cuando alguien nos tropieza reaccionamos con agresiones físicas o verbales. Líderes políticos pierden el control y  golpean  e insultan cuando hay desacuerdos. No les podemos pedir a los muchachos que actúen de manera pacífica si nuestro comportamiento está signado por la violencia.

Seguimos creciendo juntos


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