La forma en que se vive y siente la adolescencia cambia según el tiempo y los contextos. Cada generación pensará, sentirá y actuará bajo condiciones culturales, ambientales, políticas, económicas y tecnológicas que ejercerán una influencia importante en su forma de actuar y reaccionar frente a determinadas situaciones.
En un conversatorio intergeneracional intercambiábamos cómo eran nuestros tiempos. Con nostalgia expresábamos que las cosas han cambiado mucho, resaltando como valores “el respeto”, “la obediencia” a la familia, al maestro, al policía. Señalábamos que con solo “una pelada de ojos” recibíamos el mensaje de guardar silencio, no manifestar un desacuerdo… y ¡ay de aquel que se le ocurriera no aceptar esa señal! Uno de los adolescentes (15 años) nos interpeló y dijo: “¿Por qué si todo era tan bueno las cosas están como están?, ¿qué pasó con esa forma de obedecer, no será que reprimían lo que sentían?
Tengo la impresión de que no sirvió de mucho, basta con salir a la calle y ver lo que pasa, el irrespeto a las señales de tránsito, la poca solidaridad con los vecinos y compañeros de trabajo, los vecinos que se niegan a participar en las reuniones del condominio… para darnos cuenta de los pocos avances que hemos tenido en materia de convivencia”.
Si bien es cierto que la condición de adolescentes hace que exista en su proceso de desarrollo evolutivo características similares, no los podemos meter en “un solo saco”. La tendencia a generalizar, obviando las diferencias individuales, hace que se estandaricen las prácticas pedagógicas, y se sueñe con una especie de recetario, casi con poderes mágicos, para abordar las situaciones que afectan la convivencia.
NO QUEDA OTRA QUE PACTAR
Desde los primeros años los niños comienzan a expresar su necesidad de hacer valer su autonomía. Ello requiere desarrollar la responsabilidad y la capacidad de decisión. La responsabilidad no es otra cosa que la habilidad para responder por las consecuencias de los actos. La única forma de que puedan desarrollarla es teniendo la oportunidad de ponerla en práctica.
Lo mismo pasa con la capacidad de decidir. Se aprende cuando le brindamos oportunidades para tomar decisiones, ofreciendo diferentes opciones y alternativas, y los motivamos a argumentar cuáles consideran apropiadas y cuáles no.
A diferencia de la niñez, con los adolescentes lo que más funciona es pactar, negociar. La negociación es la palabra clave; sin embargo muchos padres y educadores cuando la escuchan lo hacen con recelo. La negociación debe partir de la premisa que no debemos estar a la defensiva constantemente. Mucho menos si nos hemos preocupado en crear en nuestro hogar un clima de respeto y confianza.
La negociación es una forma de pactar donde las partes asumen compromisos ante una determinada situación. Ello requiere establecer parámetros que se discuten, llegar a un acuerdo y establecer consecuencias claras en caso de que se incumpla lo acordado.
Los adolescentes de hoy viven un mundo complejo y retador que requiere repensar y reinventar nuevas formas para su formación y participación.
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