Óscar Misle
El pasado 6 de febrero se realizó en Cecodap un
encuentro de educación emocional. Contó con la participación del reconocido
psicólogo argentino Lucas Malaisi. En medio de una sala llena, donde casi la totalidad eran docentes, cuando
Malaisi planteó el tema del síndrome del emperador los participantes comenzaron
a moverse de sus asientos con actitud de aprobación. Era como si de pronto
comenzaran a invadir la sala los “niños emperadores” que hacían de las suyas en
las aulas de clase.
El interés por este tema me motivó a compartir algunas
reflexiones sobre el niño emperador. Confieso
que no soy partidario de las etiquetas; sin embargo, reconozco que en ciertos momentos son
útiles para simbolizar y graficar
conceptos.
Síndrome del emperador,
el niño tirano o el
niño rey,
son los distintos nombres con los que se reconoce una realidad cada vez más común: la de aquellos niños que dominan a sus padres, e
incluso, en los casos extremos, los maltratan físicamente.
Muchos crecimos y nos educaron, en nuestras
casas y centros educativos, con sistemas de límites y normas muy rígidas,
autoritarios, en los que se hacía solo lo que los padres o adultos
significativos exigían, utilizando incluso métodos violentos para corregir. Bastaba
una mirada, una “pelada de ojo”, para que te callaras sin derecho a
refutar lo que los adultos decían. Esa actitud era considerada respeto a la
autoridad.
Un estilo de crianza que ciertamente dejó
muchas heridas emocionales infectadas por el resentimiento, inclusive odio, a
quienes “por amor” justificaron sus excesos y maltratos físicos o emocionales.
Un porcentaje no repitió el guion y decidió hacerlo diferente cuando les tocó
educar a sus hijos. Se informaron y formaron para implementar pautas de crianza
más democráticas, sin violencia, participativas… El problema es que en esa búsqueda hubo quienes se fueron al
otro extremo utilizando formas de crianza ausentes de límites, en las que los niños no saben de normas de
convivencia, no asumen responsabilidades, incumplen sus deberes, retan
permanentemente a la autoridad… Dentro de esta tendencia se ubica, el “niño
emperador”.
Se le define como aquel niño o niña, aunque mayormente son varones,
por las creencias binarias de género en las que lo masculino se valora y permite que sea fuerte, agresivo…
Este niño emperador siente que se le debe dar
todo lo que exige, en el momento en que lo pide, no solo lo tienen que
complacer sus familiares; también maestros, y otros adultos significativos.
Se caracteriza por ser poco tolerante a la
frustración, al aburrimiento, o la negación de obtener lo exigido. Tiene pocas
habilidades para solucionar problemas de
forma pacífica. Siente que
siempre tiene la razón, no es empático y compasivo con sus padres, educadores.
Como se siente el centro del universo, no le
importa lo que sienten los demás, puede ser muy indolente con el sufrimiento de
sus padres. Es inconforme, nunca se
siente satisfecho, pide y pide sin que nada los sacie.
Ofende verbalmente a sus padres cuando se le
pone algún límite, le dice que son
malos, injustos, que los odia… haciéndoles sentir culpables porque no lo complacen. Con insistencia logra
que la culpa haga que los padres
flaqueen y cedan. Con su comportamiento exige permanente atención y es capaz de
hacer cualquier cosa para lograrla.
Le cuesta adaptarse en la escuela, quiere hacer
con los maestros lo que hace con sus padres.
¿Qué puede estar pasando en el hogar?
Puede que sean hijos únicos y toda la atención esté centrada en él, se
le sobreproteja, se le evite toda
situación que lo pueda frustrar y se le
complazca en todo.
También puede pasar que los padres hayan tenido una infancia traumática
con malos tratos o carencias y quieren evitar que los hijos pasen lo mismo que
ellos vivieron y sienten que complaciéndoles en todo pueden saldar ese sentimiento de frustración y deuda
interior.
No se educó emocionalmente al
niño, desde los primeros años, para que aprendiera a convivir, siendo empático,
compasivo, colaborador, solidario…
No se le asignan tereas en el hogar,
acordes con su edad, como tender
su cama, ayudar a recoger la mesa, recoger sus juguetes, para que aprenda a
asumir responsabilidades y adquiera habilidades sociales para convivir, trabajar
en equipo y de forma colaborativa.
No se le dice nunca “NO” cuando pide algo no acordado, ponga en peligro su integridad o lo lleve a incumplir el acuerdo
La conducta hostil suele ser mayormente con a madre porque socialmente
es ella quien pasa más horas con él. Es la proveedora emocional con excepción de aquellos padres que comparten
este rol no solo el de proveedor económico
Papá y mamá no se ponen de acuerdo al establecer los límites, se
desautorizan delante del niño. También
puede pasar con los abuelos que participan directamente en la crianza.
La psicóloga española Pepa Horno afirma que los límites son un derecho
de los niños. Es la forma de protegerlos.
¿Por qué
son importantes los límites?
Facilitan la convivencia: porque se ha acordado lo que favorece las
relaciones y el respeto hacia sí mismo y a los demás.
Facilitan el aprendizaje social: aprende a convivir, reconoce que los demás
también tienen derechos, que la sociedad tiene normas para poder convivir
pacífica y democráticamente.
Promueven el desarrollo del autocontrol: el niño aprenderá progresivamente a
controlar sus impulsos, respetar a los demás, manejar los sentimientos de
fracaso y frustración.
¿Cómo
deben ser?
Lógicos: Deben ser un medio para lograr el fin de
convivir; la norma por la norma, en vez de ayudar, entorpece. Hay que
preguntarse si el acuerdo tiene sentido para las relaciones y la convivencia.
Por ejemplo, no podemos exigirle al niño
que no juegue porque pierde tiempo. Para ellos jugar es clave para su
desarrollo. Lo que si se debe pautar es el horario, lugar, condiciones…
Seguros: No ponerlos en situación de riesgo. Es
nuestro deber establecer límites que no atenten contra la dignidad, los
derechos humanos y su seguridad. Por ejemplo, exigir al niño pequeño que ayude
en aquellas tareas de la casa en las que
pueden suceder accidentes, que se tomen solos los medicamentos, que carguen
bebés…
Precisos: No deben ser excesivos: preguntarnos qué es
lo esencial que queremos lograr para
priorizar. Si son demasiados podemos generar confusión o parálisis.
Claros: Debemos tener la seguridad que comprende el
alcance de los límites. Chequear si lo comprendieron y no quedan dudas.
Proporcionales: De acuerdo a la edad: asegurarse de que el
niño está en condiciones y tiene capacidad para cumplir la pauta o acuerdo. No
se pueden establecer las mismas pautas para todas las edades por igual.
Razonados: Desde los 2 años debemos explicarles el por
qué se debe cumplir cada pauta, con un lenguaje sencillo y adecuado a la edad.
Flexibles: Hay momentos y circunstancias especiales
que ameritan considerar el cambiar, revisar o postergar un acuerdo porque hay
razones para ello.
Oportunos: Decir no y censurar permanentemente los
comportamientos y actitudes le quita fuerza a un "No" en un momento
importante.
Justos: Las pautas o acuerdos no buscan facilitarle
la vida solo a la persona adulta sino posibilita que nuestro hijo pueda
aprender a convivir, poniendo en
práctica lo que es la equidad, la justicia y la inclusión social.
Coherentes: Las personas adultas significativas son un
modelo para sus hijos. La mejor manera de enseñar pautas para convivir es
practicándolas en nuestra vida. Como dice el dicho: "Un hecho vale más que
mil palabras".
El reto es formar emocionalmente a nuestras hijos
para convivir. Estimularlos a reflexionar sobre las posibles soluciones a las
consecuencias o problemas generados, desarrollar sentido de respeto hacia los
demás, al bien común, instalaciones y servicios públicos, a los derechos
humanos de las otras personas, a actuar con justicia; será el camino seguro
para formarlos como ciudadanos respetuosos y solidarios.
Sin duda es un camino
más largo, con obstáculos; pero será la vía segura para formar personas
responsables que no usen la violencia para resolver sus conflictos, diferencias
y cultivar desde la casa la ciudadanía que el país reclama.
Procesar y expresar la rabia, el dolor, la
alegría, la frustración, sin hacerse daño a sí mismo ni a los demás es parte
del proceso de educación emocional. Puede ponerse bravo, expresar su malestar,
en momentos perder el control; pero no convertir la agresión en una forma de
ser, sentir y relacionarse.
Hasta la próxima resonancia