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martes, 26 de mayo de 2020

UN EMPERADOR EN CASA



Óscar Misle

El pasado 6 de febrero se realizó en Cecodap un encuentro de educación emocional. Contó con la participación del reconocido psicólogo argentino Lucas Malaisi. En medio de una sala llena, donde  casi la totalidad eran docentes, cuando Malaisi planteó el tema del síndrome del emperador los participantes comenzaron a moverse de sus asientos con actitud de aprobación. Era como si de pronto comenzaran a invadir la sala los “niños emperadores” que hacían de las suyas en las aulas de clase.

El interés por este tema me motivó a compartir algunas reflexiones sobre el niño emperador. Confieso  que no soy partidario de las etiquetas; sin embargo,  reconozco que en ciertos momentos son útiles  para simbolizar  y graficar  conceptos.

Síndrome del emperador, el niño tirano o el niño rey, son los distintos nombres con los que se reconoce una realidad  cada vez más común: la de aquellos niños que dominan a sus padres, e incluso, en los casos extremos, los maltratan físicamente.

Muchos crecimos y nos educaron, en nuestras casas y centros educativos, con sistemas de límites y normas muy rígidas, autoritarios, en los que se hacía solo lo que los padres o adultos significativos exigían, utilizando incluso métodos violentos para corregir. Bastaba una mirada, una “pelada de ojo”, para que te callaras sin derecho a refutar  lo que los adultos decían.  Esa actitud era considerada respeto a la autoridad.

Un estilo de crianza que ciertamente dejó muchas heridas emocionales infectadas por el resentimiento, inclusive odio, a quienes “por amor” justificaron sus excesos y maltratos físicos o emocionales. Un porcentaje no repitió el guion y decidió hacerlo diferente cuando les tocó educar a sus hijos. Se informaron y formaron para implementar pautas de crianza más democráticas, sin violencia, participativas… El problema es  que en esa búsqueda hubo quienes se fueron al otro extremo utilizando formas de crianza ausentes de límites, en las  que los niños no saben de normas de convivencia, no asumen responsabilidades, incumplen sus deberes, retan permanentemente a la autoridad… Dentro de esta tendencia se ubica, el “niño emperador”.

Se le define como aquel  niño o niña, aunque mayormente son varones, por las creencias binarias de género en las que   lo masculino se  valora y permite que sea fuerte, agresivo…
Este niño emperador siente que se le debe dar todo lo que exige, en el momento en que lo pide, no solo lo tienen que complacer sus familiares; también maestros, y otros adultos significativos.

Se caracteriza por ser poco tolerante a la frustración, al aburrimiento, o la negación de obtener lo exigido. Tiene pocas habilidades para solucionar problemas de  forma pacífica. Siente  que siempre tiene la razón,  no es empático  y compasivo con sus padres, educadores. 

Como se siente el centro del universo, no le importa lo que sienten los demás, puede ser muy indolente con el sufrimiento de sus padres. Es  inconforme, nunca se siente satisfecho, pide y pide sin que nada los sacie.

Ofende verbalmente a sus padres cuando se le pone  algún límite, le dice que son malos, injustos, que los odia… haciéndoles sentir culpables  porque no lo complacen. Con insistencia logra que la culpa haga  que los padres flaqueen y cedan. Con su comportamiento exige permanente atención y es capaz de hacer  cualquier cosa para lograrla.

Le cuesta adaptarse en la escuela, quiere hacer con los maestros lo que hace con sus padres.

¿Qué puede  estar pasando en el hogar?
Puede que sean hijos únicos y toda la atención esté centrada en él, se le sobreproteja, se le evite  toda situación que lo pueda frustrar  y se le complazca en todo.

También puede pasar que los padres hayan tenido una infancia traumática con malos tratos o carencias y quieren evitar que los hijos pasen lo mismo que ellos vivieron y sienten que complaciéndoles en todo pueden  saldar ese sentimiento de frustración y deuda interior.
No se  educó emocionalmente al niño, desde los primeros años, para que aprendiera a convivir, siendo empático, compasivo, colaborador, solidario…

No se le asignan tereas en el hogar,  acordes con su edad,  como tender su cama, ayudar a recoger la mesa, recoger sus juguetes, para que aprenda a asumir responsabilidades y adquiera habilidades sociales para convivir, trabajar en equipo y de forma colaborativa.
No se le dice nunca “NO” cuando pide algo no acordado,  ponga en peligro su integridad o lo lleve a  incumplir el acuerdo

La conducta hostil suele ser mayormente con a madre porque socialmente es ella quien pasa más horas con él. Es la proveedora emocional con  excepción de aquellos padres que comparten este rol no solo el de proveedor económico

Papá y mamá no se ponen de acuerdo al establecer los límites, se desautorizan  delante del niño. También puede pasar con los abuelos que participan directamente en la crianza.
La psicóloga española Pepa Horno afirma que los límites son un derecho de los niños. Es la forma de protegerlos.

¿Por qué son importantes los límites?

Facilitan la convivencia: porque se ha acordado lo que favorece las relaciones y el respeto hacia sí mismo y a los demás.

Facilitan el aprendizaje social: aprende a convivir, reconoce que los demás también tienen derechos, que la sociedad tiene normas para poder convivir pacífica y democráticamente.

Promueven el desarrollo del autocontrol: el niño aprenderá progresivamente a controlar sus impulsos, respetar a los demás, manejar los sentimientos de fracaso y frustración.

¿Cómo deben ser?

Lógicos: Deben ser un medio para lograr el fin de convivir; la norma por la norma, en vez de ayudar, entorpece. Hay que preguntarse si el acuerdo tiene sentido para las relaciones y la convivencia. Por ejemplo, no podemos exigirle al  niño que no juegue porque pierde tiempo. Para ellos jugar es clave para su desarrollo. Lo que si se debe pautar es el horario, lugar, condiciones…

Seguros: No ponerlos en situación de riesgo. Es nuestro deber establecer límites que no atenten contra la dignidad, los derechos humanos y su seguridad. Por ejemplo, exigir al niño pequeño que ayude en aquellas  tareas de la casa en las que pueden suceder accidentes, que se tomen solos los medicamentos, que carguen bebés…

Precisos: No deben ser excesivos: preguntarnos qué es lo esencial que  queremos lograr para priorizar. Si son demasiados podemos generar confusión o parálisis.

Claros: Debemos tener la seguridad que comprende el alcance de los límites. Chequear si lo comprendieron y no quedan dudas.

Proporcionales: De acuerdo a la edad: asegurarse de que el niño está en condiciones y tiene capacidad para cumplir la pauta o acuerdo. No se pueden establecer las mismas pautas para todas las edades por igual.

Razonados: Desde los 2 años debemos explicarles el por qué se debe cumplir cada pauta, con un lenguaje sencillo y adecuado a la edad.

Flexibles: Hay momentos y circunstancias especiales que ameritan considerar el cambiar, revisar o postergar un acuerdo porque hay razones para ello.

Oportunos: Decir no y censurar permanentemente los comportamientos y actitudes le quita fuerza a un "No" en un momento importante.

Justos: Las pautas o acuerdos no buscan facilitarle la vida solo a la persona adulta sino posibilita que nuestro hijo pueda aprender a convivir,  poniendo en práctica lo que es la equidad, la justicia y la inclusión social.

Coherentes: Las personas adultas significativas son un modelo para sus hijos. La mejor manera de enseñar pautas para convivir es practicándolas en nuestra vida. Como dice el dicho: "Un hecho vale más que mil palabras".

El reto es formar emocionalmente a nuestras hijos para convivir. Estimularlos a reflexionar sobre las posibles soluciones a las consecuencias o problemas generados, desarrollar sentido de respeto hacia los demás, al bien común, instalaciones y servicios públicos, a los derechos humanos de las otras personas, a actuar con justicia; será el camino seguro para formarlos como ciudadanos respetuosos y solidarios. 

Sin duda es un camino más largo, con obstáculos; pero será la vía segura para formar personas responsables que no usen la violencia para resolver sus conflictos, diferencias y cultivar desde la casa  la ciudadanía  que el país reclama. 
 
Procesar y expresar la rabia, el dolor, la alegría, la frustración, sin hacerse daño a sí mismo ni a los demás es parte del proceso de educación emocional. Puede ponerse bravo, expresar su malestar, en momentos perder el control; pero no convertir la agresión en una forma de ser, sentir y relacionarse.


Hasta la próxima resonancia   
 
   


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