Óscar Misle
En
una entrevista por youtube, los reconocidos
psiquiatras y escritores argentinos Jorge Bucay y su hijo Demián, iniciaron un diálogo sobre el perdón con la
interrogante: ¿Se puede perdonar
cualquier cosa? Con la intención de aproximarse a la respuesta, lo primero que hicieron
fue explicar que “Per” se relaciona con lo supremo, lo máximo y “Don” la gracia
concedida, según esta interpretación
perdonar seria lograr “la mayor gracia”. Ambos coincidían que perdonar
es importante para liberar al prisionero
que perdona. El prisionero se libera del grillete del rencor, resentimiento,
odio…
Todos
recomiendan perdonar, hasta que les toca perdonar a alguien.
¿Perdonar la violencia?
La
violencia se hace presente en lo cotidiano, tanto que a veces nos cuesta
reconocerla. Se utilizan métodos violentos para resolver conflictos, se
atenta contra la integridad de alguien para obtener algo a cambio; se agrede a
los que no comparten las mismas ideas; hay agresiones por abuso de poder, por ser o
pensar diferente, se utilizan mensajes de
texto, imágenes difundidas por celulares; Internet, redes sociales para
intimidar, descalificar, humillar…
Muchos de estos sucesos son considerados noticia y toman las páginas, micrófonos y
pantallas de los medios de comunicación.
En muchas de nuestras casas seguimos recurriendo a métodos violentos para educar y corregir. Creemos
que se olvidan porque el perdón
lo puede todo. Nos olvidamos que perdonar
no es fácil cuando existe tanto dolor, rencor, por las heridas enconadas y atrapadas en
nuestro corazón.
Con el tiempo se van incubando el rencor y el resentimiento. Es
una consecuencia del odio que
puede acompañarnos silenciosamente y
enturbiar nuestras emociones. Nos hace
vivir a la defensiva o la ofensiva, tratando de buscar en todas partes a quien responsabilizar de nuestras heridas de la infancia y adolescencia.
Heridas que muerden
Las
heridas emocionales se enconan y muerden, se traducen en reacciones violentas. En
mi libro “Heridas que muerden, heridas
que florecen”, Editorial Planeta 2014,
comparto relatos, testimonios, que evidencian como el rencor transita de la mano del dolor por los laberintos
de la mente y corazón. El problema del rencor es que
tiene un efecto acumulativo.
Cuando
está presente, nos convierte en esclavos de nuestro pasado, nos impide vivir lo
gratificante de la vida, porque
siempre estaremos a la defensiva y al acecho, envueltos en una profunda
queja, desconfianza y miedo.
El
rencor suele generar el deseo de
venganza. Generalmente se vive en silencio
y nos corroe interiormente Toma
el timón, dirige nuestras emociones
buscando siempre el ofensor, real o imaginario.
Ese supuesto ofensor puede disfrazar a
quienes realmente nos hirieron
y son con frecuencia a quienes
más amamos.
Cuando
el rencor se convierte en resentimiento
las heridas comienzan a morder. Pueden enmascararse en pretextos y argumentos ideológicos,
religiosos, fundamentalistas y radicales. Ciertamente solo el perdón puede liberarnos. No
significa olvidar, sino adquirir, poco a poco, la capacidad de recordar la
ofensa sin experimentar odio y dolor.
¿Perdonar es olvidar?
Hay mucha resistencia aceptar
que el perdón no es
olvido. El perdón no significa excusar o justificar el mal o injusto comportamiento de quienes nos hirieron. No es un acto
instantáneo que nos lleva inmediatamente a la reconciliación con el agresor.
Es ingenuo pensar que con el perdón la persona que nos agredió cambiará o
modificara su comportamiento, por lo menos
de forma instantánea. Es un
trabajo interior en el que debemos procesar
lo sucedido, para transformar esa
rabia enconada que infecta nuestras
heridas y no las deja cicatrizar.
Lo más difícil del perdón es realizarlo
sin expectativas, esperando que el agresor acepte su error, porque si ese deseo
no se
cumple nos puede llenar de mucha
frustración y seguiremos secuestrados por el resentimiento.
El legado de
Mandela
Nelson Mandela expresidente
de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz, estuvo encarcelado 27 años. A pesar
de todo lo vivido tras las rejas, no dejó que el odio, el resentimiento y la venganza
secara su corazón, sino al
contrario construyó una Sudáfrica sin 'Apartheid' igual para todos.
Mandela
dejó como legado que el
perdón es posible. Su decisión de
no hacerle a los demás lo que le
hicieron a él, se tradujo en una larga vida de
95 años, abogando por la unión y la solidaridad. El presidente de
Sudáfrica, Jacob Zuma, en un mensaje televisado a toda la nación, cuando muere
Mandela, expresó: "Nuestra nación
ha perdido a su padre. Nelson Mandela nos unió y juntos nos despedimos de él.
Su humildad,
pasión y humanidad le hizo ganarse el amor de todos",
Muchos expresaron que se había marchado alguien que parecía inmortal y
que el mundo se quedó huérfano de espejos en los que mirarse y transformarse.
Fue
irónico escuchar a jefes de estado,
incluyendo al nuestro, referirse a Mandela
como un ejemplo con importantes legados para la humanidad. Irónico porque son discursos
dichos en sociedades heridas por las divisiones, exclusiones por posiciones irreconciliables por pensar diferente, en las que el resentimiento, la descalificación hace
llevan a tomar posiciones en las
que la violencia se justifica para defender ideologías o formas de pensar.
Mandela,
tras años de encierro salió de la cárcel, se convirtió en presidente de un país
dividido en pedazos. En un continente también herido por la división, sin embargo abrió su corazón, mirando para un
lado y para el otro, con sus heridas cicatrizadas, por el dolor destilado en silencio, por la humildad que da
el sentirse humano, vulnerable pero vivo y libre a pesar de las rejas.
Posiblemente
su espíritu trascendió la distancia
entre lo terrenal y lo
divino, el cielo y el infierno, los buenos y los malos. Una
alquimia en el que el perdón hizo florecer sus
heridas y las de su país.
Hasta
la próxima resonancia
No hay comentarios:
Publicar un comentario