Óscar Misle
A medida que pasaron el día de
la cuarentena José Alberto (6 años) comenzó a tornarse hostil, se irritaba por
cualquier cosa. Comenzó a cambiar progresivamente su comportamiento. Se
resistía a realizar las asignaciones
escolares on line. Al principio Mercedes, su mamá, pensaba que era malcriadez, que le
daba flojera cumplir con sus responsabilidades. Con frecuencia se quejaba de
dolores de estómago, rechazaba la comida, dormía mal, su desánimo era tal que no le provocaba jugar.
Mercedes preocupada, consultó al pediatra. Le indicó varios exámenes y
todos los valores salieron normales. Una
cuñada Le recomendó un psicólogo
infantil que hacía equipo con una
psiquiatra. Lo evaluaron, y después de varias entrevistas le diagnosticaron una depresión.
La familia se negaba aceptar
el diagnóstico. Creían imposible que un
niño de 5 años tuviera una depresión. Los cambios en la rutina producto del
aislamiento físico generó distanciamiento de actividades muy importantes, como
por ejemplo ver personalmente a sus compañeros, no poder visitar a sus abuelos
maternos con quienes tenía un apego muy grande, no poder tener cerca a Rodrigo,
su papá, quien viajó por unos días a un congreso a Buenos aires y lo atrapó la cuarentena.
Todos estos cambios seguidos afectaron mucho a José Alberto. Al principio Mercedes
pensaba que los cambios anímicos eran transitorios; pero no fue así. Durante dos
meses la situación emocional persistía y
se iba haciendo cada vez más
compleja.
Anímicamente se
sentía y se veía mal. A José Alberto le
costaba poner en palabras lo que sentía,
Le desesperaba no poder verbalizar lo
que le sentía, la forma de expresar
sus sentimientos era con un llanto recurrente. Se sentía mal de no poder tener a su papá en la casa. Se
negaba a comunicarse con él por Whatsaap. No
entendía los razonamiento que le daban. Lo único que le atraía era encerrarse en su cuarto.
¿Qué pasó con Ricardo?
El psiquiatra, una
vez que tenía claro el diagnóstico, conjuntamente con la psicóloga,
involucraron a la familia para trabajar coordinadamente, incluyendo con la escuela y de esta forma lograr un
abordaje integral.
El tratamiento contempló
un ciclo de terapia psicológica a
distancia y fármacos prescritos
por el médico. En un principio para la
familia no fue fácil vencer el tabú que
existe en relación al tratamiento con
profesionales de salud mental (psicólogos,
psiquiatras, psicoterapeutas).
Poco a poco, fueron aceptando las recomendaciones de los
especialistas. Por su parte pusieron
todo su empeño en demostrarle a José Alberto su amor y respeto por el momento
estaba pasando, sin forzarlo, ni juzgarlo. Evitando la sobreprotección. Para el
papá la situación era difícil
por estar fuera del país. Con las tecnologías hacía el esfuerzo de mantener contacto con el grupo familiar. Requirió
apoyo psicológico. En otras ocasiones
pasó por episodios depresivos por duelos que le costó procesar, tendía a
enmascarar sus emociones hasta que recibió
apoyo psicoterapéutico, esta situación en su historia personal hacia que
sintiera empatía con el momento difícil que estaba viviendo su hijo.
La depresión es
una enfermedad. No es lo mismo estar triste que deprimido. La tristeza es una
emoción válida. Cuando se hace crónica, persistente y se asocia a otros
síntomas como los antes descritos el mejor acto de amor es buscar la ayuda
profesional.
Hasta la próxima
resonancia.
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