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miércoles, 30 de septiembre de 2020

LOS NIÑOS SI SE DEPRIMEN

 


Óscar Misle



A medida que pasaron el día de la cuarentena José Alberto (6 años) comenzó a tornarse hostil, se irritaba por cualquier cosa. Comenzó a cambiar progresivamente su comportamiento. Se resistía  a realizar las asignaciones escolares on line. Al principio Mercedes,  su mamá, pensaba que era malcriadez, que le daba flojera cumplir con sus responsabilidades. Con frecuencia  se quejaba de  dolores de estómago, rechazaba la comida, dormía  mal, su desánimo era tal  que no le provocaba jugar.

Mercedes preocupada, consultó  al pediatra. Le indicó varios exámenes y todos  los valores salieron normales. Una cuñada Le recomendó un  psicólogo infantil que hacía equipo   con una psiquiatra. Lo evaluaron, y después de varias entrevistas   le  diagnosticaron una depresión.

La familia se negaba aceptar el diagnóstico. Creían imposible  que un niño de 5 años tuviera una depresión. Los cambios en la rutina producto del aislamiento físico generó distanciamiento de actividades muy importantes, como por ejemplo ver personalmente a sus compañeros, no poder visitar a sus abuelos maternos con quienes tenía un apego muy grande, no poder tener cerca a Rodrigo, su papá, quien viajó por unos días a un congreso a  Buenos aires y lo atrapó la cuarentena.        

Todos estos cambios seguidos  afectaron mucho a José Alberto. Al principio Mercedes pensaba  que los cambios anímicos eran  transitorios; pero no fue así. Durante dos meses la situación emocional persistía y  se iba haciendo cada  vez más compleja.

Anímicamente se sentía y se veía mal. A José Alberto le  costaba  poner en  palabras lo que sentía,

Le  desesperaba no poder  verbalizar lo  que le sentía, la  forma de  expresar  sus sentimientos era con un llanto recurrente. Se sentía mal de  no poder tener a su papá en la casa. Se negaba a comunicarse con él por Whatsaap. No  entendía los razonamiento que le daban. Lo único  que le atraía era encerrarse en su cuarto.

 

 

¿Qué pasó con Ricardo?

 

El psiquiatra, una vez  que tenía  claro  el diagnóstico, conjuntamente con la psicóloga, involucraron a la familia para trabajar coordinadamente, incluyendo  con la escuela y de esta forma lograr un abordaje integral.

 

El tratamiento contempló un ciclo de terapia psicológica  a distancia y  fármacos prescritos por el médico.  En un principio para la familia no fue  fácil vencer el tabú que existe en relación al tratamiento  con profesionales  de salud mental (psicólogos, psiquiatras, psicoterapeutas).

 

Poco a poco,  fueron aceptando las recomendaciones de los especialistas. Por su parte   pusieron todo su empeño en demostrarle a José Alberto su amor y respeto por el momento estaba pasando, sin forzarlo, ni juzgarlo. Evitando la sobreprotección. Para el papá  la situación  era difícil  por estar fuera del país. Con las tecnologías  hacía el esfuerzo de mantener  contacto con el grupo familiar. Requirió apoyo  psicológico. En otras ocasiones pasó por episodios depresivos por duelos que le costó procesar, tendía a enmascarar sus emociones hasta que recibió  apoyo psicoterapéutico, esta situación en su historia personal hacia que sintiera empatía con el momento difícil que estaba viviendo su hijo.        

 

La depresión es una enfermedad. No es lo mismo estar triste que deprimido. La tristeza es una emoción válida. Cuando se hace crónica, persistente y se asocia a otros síntomas como los antes descritos el mejor acto de amor es buscar la ayuda profesional. 

 

Hasta la próxima resonancia.  

       

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