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miércoles, 30 de septiembre de 2020

CARICIAS QUE SANAN

 

Óscar Misle 

Hace algún tiempo llegó a mis manos un video de Alex Rovira, escritor y conferencista español, quien utiliza una imagen interesante: “¿Qué pasaría en un desierto por el que caminamos agotados, con una sed que ahoga producida por el calor agobiante,  y de pronto divisamos un charco con agua sucia, mal oliente? Sin duda  cualquiera de nosotros  nos lanzaríamos a beber de sus aguas contaminadas”. 

Cuantas veces la soledad y el deseo de ser amados  hacen que  caigamos  en relaciones tóxicas con el deseo  y fantasía de  calmar nuestra sed de amor.

Detrás de  esos   comportamientos disruptivos de nuestros hijos y estudiantes  puede estar  la necesidad de sentirse atendidos,  vinculados, visibles. Prefieren las  agresiones  a sentirse  ignorados. Cómo diría esa vieja canción “odio quiero más  que indiferencia porque el rencor hiere menos  que el olvido”.

Las caricias en la crianza

Con la reflexión de Rovira queremos abordar el tema de las caricias y su  importancia en la crianza y educación. Aclara  que  no solamente  son las físicas (besos, abrazos)  sino  también las verbales las que posibilitan reconocer, estimular, escuchar o elogiar.

Cuantas veces la soledad y el deseo de ser amados  hacen que  caigamos  en relaciones dañinas con el deseo  y fantasía de  que  calmaran  nuestra sed de amar.

No  con poca frecuencia nos encontramos  con parejas que no saben vincularse sino desde la hostilidad. Si no pelean no se  comunican. La situación se hace más dramática en este confinamiento. A muchos  les  toca  quedarse solos. No están los hijos u otros seres queridos presentes y los que sí están no saben  qué hacer con ese espacio de intimidad, por tantas horas, que los intimida por la poca capacidad de dar  y recibir caricias, no solo físicas, también las afectivas y emocionales.

Heridas que muerden

El amor, si no se abona se seca, se marchita. Requiere tiempo y espacio para la comunicación y el encuentro. No hay peor soledad  que la  que se siente en compañía.  En uno de mis libros, “Heridas que muerden heridas que florecen” cuento historias  que revelan situaciones  que afectan la convivencia. Personas que han sufrido    profundas heridas emocionales que no han sanado. Están tan presentes y abiertas que muerden.

Una herida emocional para que deje de morder y florecer requiere ser reconocida. Identificar los sentimientos y emociones que hacen  que duela. Es como cuando vamos a la playa y nos insolamos; nos aterra que alguien nos abrace porque duele que nos toquen. Eso también pasa  en lo emocional. Las experiencias pasadas, especialmente en las que hubo agresiones y abusos de diferente índole, físicos, emocionales, pueden generar heridas que quedan infectadas y dificultan la relación con los demás.

El poder de las caricias

Sentirse queridos. Don Bosco decía  que no basta con querer a los muchachos, tienen  que sentirlo. Es cierto. Nos podemos esforzar para  que a nuestros hijos no les falte nada  material, pero si no se sienten amados buscarán la atención a través de comportamientos inadecuados, en las adicciones por ejemplo

Dar y recibir amor. Amar es un arte. Como diría Erich Fromm, en su libro El arte de amar, requiere la dedicación que exige cualquier disciplina artística.

La educación emocional    nos permite  formarnos para reconocer y regular nuestras emociones. Si no somos capaces de reconocerlas y aceptarlas podemos reprimirlas y nos harán  una mala jugada. Conocer nuestro mundo emocional requiere que acariciemos lo que somos, sentimos y cómo  nos vinculamos con otros. ¿Si no nos amamos a nosotros  cómo podemos amar a los demás?  

Sentir si es cosa de hombres. Si los niños varones aprenden desde los primeros años a reconocer y expresar sus emociones seguramente crecerán menos violentos. En los índices de violencia por homicidios más de 80% de los casos son varones las víctimas y victimarios.

Nos hace autónomos emocionalmente. Está demostrado que las personas que no se sintieron amadas y fueron víctimas de agresión, abandono, exclusión… son las más vulnerables a caer en fanatismos religiosos o políticos. Su vacío existencial las puede convertir en seres dependientes, manipulables,  sumisos a quien ostenta poder, leales, ciegos con tal de sentirse parte de una ideología  que les permite “estar incluidos” aunque en la práctica no se traduzca en hechos concretos.

Hasta la próxima resonancia

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