Por: Óscar
Misle, @oscarmisle
Hace algunos días llegó a mis manos un video de Alex Rovira, escritor y conferencista español, en el que aborda el tema de las caricias y su importancia en la crianza y educación. Aclara que no solamente son las físicas (besos, abrazos…) sino también las verbales, esas que posibilitan reconocer, estimular, escuchar, elogiar…
Una crianza con calidez, tal y como lo plantea el enfoque de disciplina
positiva, parte de estas premisas en las
que se le da vida a las palabras empatía, compasión, comprensión, aceptación,
reconocimiento
Rovira utiliza una
imagen interesante. ¿Qué pasaría en un desierto con una sed que ahoga producida
por el calor agobiante si de pronto divisamos un charco con agua sucia, mal
oliente?… Sin duda cualquiera de nosotros se lanzaría a beber de
sus aguas contaminadas.
Cuantas veces la
soledad y el deseo de ser amados hacen que caigamos en
relaciones tóxicas con el deseo y fantasía de que calmarán nuestra
sed de amar y sentirnos amados.
Detrás de muchos
de los comportamientos hostiles de
nuestros hijos y estudiantes está la necesidad de sentirse
atendidos, vinculados, visibles. Prefieren las agresiones a
sentirse ignorados. Cómo diría esa vieja canción “odio quiero más
que indiferencia porque el rencor hiere menos que el olvido”.
No con poca
frecuencia encontramos parejas que no saben vincularse sino desde la
hostilidad. Si no pelean no se comunican. La situación se hace más
dramática cuando viven el síndrome del nido vacío. Les toca
quedarse solos. No están los hijos presentes y no saben qué hacer con ese
espacio de intimidad que los intimida por la poca capacidad de dar y
recibir caricias; no solo físicas, también las afectivas y emocionales.
El amor si no se
abona se seca, se marchita. Requiere tiempo y espacio para la comunicación y el
encuentro. No hay peor soledad que la que se siente en compañía.
En uno de mis más recientes libros “Heridas que muerden heridas que
florecen” hago referencia a situaciones sobre la convivencia
con personas que han sufrido profundas heridas
emocionales que no han sanado.
Están tan
presentes y abiertas que muerden. Una herida emocional para que deje de morder
y florecer requiere ser reconocida. Identificar los sentimientos y emociones
que hacen que duela. Es como cuando alguien va a la playa y se insola y
le aterra que alguien lo abrace porque le duela que lo toquen. Eso también
pasa en lo emocional. Las experiencias pasadas, especialmente en las que
hubo agresiones de diferente índole, físicas, emocionales, quedan infectadas y
dificultan la relación con los demás.
El poder de las
caricias
Sentirse queridos. Don
Bosco decía que no basta con querer a los muchachos, tienen que
sentirlo. Es cierto. Nos podemos esforzar para que a nuestros hijos no
les falte nada material, pero si no se sienten amados buscarán la
atención a través de comportamientos inadecuados, en las adicciones por ejemplo
Dar y recibir
amor. Amar es un arte. Requiere formarnos para reconocer
y regular nuestras emociones. Si no somos capaces de reconocerlas y aceptarlas
podemos reprimirlas y nos harán una mala jugada. Conocer nuestro mundo
emocional requiere que acariciemos lo que somos, sentimos y cómo nos
vinculamos con otros. ¿Si no nos amamos a nosotros cómo podemos amar a
los demás?
Sentir si es cosa
de hombres. Si los niños varones aprenden desde los primeros
años a reconocer y expresar sus emociones seguramente crecerán menos violentos.
En los índices de violencia por homicidios más de 80% de los casos son varones
las víctimas y victimarios.
Nos hace autónomos
emocionalmente. Está demostrado que las personas que no se
sintieron amadas y fueron víctimas de agresión, abandono, exclusión… son las
más vulnerables a caer en fanatismos religiosos o políticos. Su vacío
existencial las puede convertir en seres dependientes, manipulables,
sumisas a quien ostenta poder, leales, ciegas con tal de sentirse parte de una
ideología que les permite sentirse incluidas aunque en la práctica
no se traduzca en hechos concretos.
Seguimos resonando
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