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jueves, 7 de septiembre de 2017

EL CONDÓN EMOCIONAL


Óscar Misle
@oscarmisle

Hace algunas semanas fui a ver  la película “Truman”. Está coproducción argentino- española cuenta las vivencias que comparten dos amigos de muchos años que se reencuentran cuando uno de ellos, Tomás, interpretado por Javier Cámara, visita inesperadamente a Julián, magistralmente interpretado por el actor argentino Ricardo Darín. Ambos, gracias al  perro de Julián ("Truman"), deben hacer un esfuerzo para liberarse de sus respectivos condones emocionales,  compartiendo momentos emotivos y sorprendentes relacionados con la situación complicada que vive Julián y que toca emocionalmente a ambos cuando la muerte se convierte en protagonista.
En una de las conmovedoras escenas un hombre joven, que estaba sentado a mi lado derecho, comienza a llorar y su pareja con la intención de calmarlo, le acariciaba el brazo para  que dejara de llorar. Le comentaba: “no te pongas así. No seas tontico, es solo una película”. ¿Resulta incómodo ver un hombre llorar?     
No se vale sentir. Cuando  vemos a  algún ser querido o cercano expresar  sus sentimientos, inmediatamente, movidos sin duda por el amor, hacemos lo imposible por cambiarle la frecuencia y sintonizarlo en un canal  diferente. En  otras palabras, lo estimulamos a reprimir  su emoción.
Tratamos de “preservarlo”  intentando algo que  distraiga su sentimiento,  para  que  no sufra, no sienta, no se moleste, no llore.

 “Heridas que muerden, heridas que florecen” (Editorial Planeta) es el título de mi libro en el que  hago referencia  al  condón emocional. Ese preservativo transparente que da la sensación de  no estar, porque no se ve;  pero  se evidencia cuando    forra nuestros sentimientos, emociones… especialmente   cuando  el momento  íntimo se aproxima y nos da terror esa posibilidad  de quedar  al descubierto.
Cada  herida  emocional tiene un condón. Se adhiere a su forma y tamaño. Aprendemos a utilizarlo desde nuestro nacimiento cuando somos heridos  en los lugares en los  que tendríamos  que sentirnos  más seguros y protegidos, paradójicamente cuando estábamos  bajo el techo de las personas  que más amábamos.

Nos  vamos anestesiando emocionalmente, para evitar  contactar el  dolor, la tristeza, la rabia. Puede llegar a convertirse en una segunda piel…
Nos acompaña la dificultad de  expresar lo que sentimos. Un condón que  no es de  látex. Está fabricado y lubricado con la  vergüenza y el miedo a sentir y expresar sentimientos.
.A la salida de la sala,  después de ver la película, Tomás y Julián habían logrado su cometido. A unos les pareció una historia pesada y calificaron a los personajes como indolentes, fríos. A otros, entre los que me incluyo, nos pareció aleccionadora. Muestra el drama de dos hombres que no sabían manejar los momentos íntimos y sensibles pero que hicieron lo que podían para darle vida a la lealtad propia de su amistad, a los afectos expresados de  forma diferente, no por ello menos amorosa.
Posiblemente cada quien vio la película a través de su transparentes condones emocionales. El hecho es que los razonamientos se tiñeron de emociones que hicieron que la objetividad y subjetividad se entremezclen en una danza compleja y en algunos casos contradictoria. Podemos decir que la  puesta en escena logró a unos sacarnos de la anestesia emocional a otros atraparnos en nuestros condones.    

Hasta la próxima resonancia


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