Óscar Misle
@oscarmisle
Hace algunas semanas fui a ver la película “Truman”. Está coproducción
argentino- española cuenta
las vivencias que comparten dos amigos de muchos años que se reencuentran
cuando uno de ellos, Tomás, interpretado por Javier Cámara, visita
inesperadamente a Julián, magistralmente interpretado por el actor argentino Ricardo Darín.
Ambos, gracias al perro de Julián
("Truman"), deben hacer un esfuerzo para liberarse de sus respectivos
condones emocionales, compartiendo
momentos emotivos y sorprendentes relacionados con la situación complicada que
vive Julián y que toca emocionalmente a ambos
cuando la muerte se convierte en protagonista.
En una de las conmovedoras escenas un hombre joven, que estaba
sentado a mi lado derecho, comienza a llorar y su pareja con la intención de calmarlo,
le acariciaba el brazo para que dejara
de llorar. Le comentaba: “no te pongas así. No seas tontico, es solo una
película”. ¿Resulta incómodo ver un hombre llorar?
No se vale sentir. Cuando vemos a algún ser querido o cercano expresar
sus sentimientos, inmediatamente, movidos sin duda por el amor, hacemos lo
imposible por cambiarle la frecuencia y sintonizarlo en un canal
diferente. En otras palabras, lo estimulamos a reprimir su emoción.
Tratamos de “preservarlo” intentando algo que distraiga su sentimiento,
para que no sufra, no sienta, no se moleste, no llore.
“Heridas que muerden, heridas que florecen” (Editorial Planeta) es el título de mi libro en el que hago referencia al condón emocional. Ese preservativo transparente que da la sensación de no estar, porque no se ve; pero se evidencia cuando forra nuestros sentimientos, emociones… especialmente cuando el momento íntimo se aproxima y nos da terror esa posibilidad de quedar al descubierto.
.
Cada herida emocional tiene un condón. Se adhiere a su
forma y tamaño. Aprendemos a utilizarlo desde nuestro nacimiento cuando somos
heridos en los lugares en los que tendríamos que sentirnos
más seguros y protegidos, paradójicamente cuando estábamos bajo el techo de las personas que más amábamos.
Nos vamos anestesiando emocionalmente, para evitar contactar el dolor, la tristeza, la rabia. Puede llegar a convertirse en una segunda piel…
Nos acompaña la dificultad de
expresar lo que sentimos. Un condón que
no es de látex. Está fabricado y
lubricado con la vergüenza y el miedo a
sentir y expresar sentimientos.
.A la salida de la sala, después
de ver la película, Tomás y Julián habían logrado su cometido. A unos les
pareció una historia pesada y calificaron a los personajes como indolentes,
fríos. A otros, entre los que me incluyo, nos pareció aleccionadora. Muestra el
drama de dos hombres que no sabían manejar los momentos íntimos y sensibles
pero que hicieron lo que podían para darle vida a la lealtad propia de su
amistad, a los afectos expresados de
forma diferente, no por ello menos amorosa.
Posiblemente cada quien vio la película a través de su transparentes
condones emocionales. El hecho es que los razonamientos se tiñeron de emociones
que hicieron que la objetividad y subjetividad se entremezclen en una danza
compleja y en algunos casos contradictoria. Podemos decir que la puesta en escena logró a unos sacarnos de la
anestesia emocional a otros atraparnos en nuestros condones.
Hasta la próxima resonancia
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