Óscar Misle
A eso de las 7 de la mañana, en un centro educativo del
este de Caracas, cuando nos aproximábamos
al salón en donde tendríamos una
actividad formativa con familias, a un costado, en un gran patio los estudiantes se
organizaban en filas para entrar a sus aulas de clase, colgados a sus hombros
llevaban sus morrales, diversos colores, pesos, marcas…
Esa imagen nos
llevó a preguntarnos: ¿Qué cargarán? Seguramente, no solo lápices, cuadernos, libros, guías… La
interrogante iba más allá. Se refería a lo socioemocional.
En ese morral
seguramente cargaban emociones y sentimientos generados por situaciones familiares como divorcios, muertes, peleas, ansiedad
producto de la violencia sociopolítica del país.
Un coctel emocional que posiblemente no saben o no pueden identificar y expresar. Puede
que se sientan culpables de lo que está
pasando. En el caso del divorcio pueden sentir culpa, perciben que algo
hicieron mal o que no bastó su existencia para que mamá y papá permanecieran
juntos.
Cuando hay una pérdida, en este caso un
divorcio o una separación, lo que no se les comunica se lo pueden
imaginar y esos fantasmas suelen ser más crueles que la propia realidad, especialmente en los
niños. Comentarles que hay problemas, sin entrar en demasiados detalles de la
intimidad de la pareja, es necesario
para que puedan sentir que el divorcio fue una decisión dolorosa pero
necesaria. Lo ideal es transmitirles no
solo con palabras, sino con hechos, que la papá
y mamá ya no podrán seguir viviendo juntos porque tienen problemas para
convivir, ponerse de acuerdo… pero que no está en riesgo el amor hacia ellos.
El divorcio produce un duelo. No es solo un suceso,
es un proceso que pasa por diferentes
momentos. La rabia, negación, culpa, tristeza se expresan de diferentes formas
y no siempre con palabras. Puede ser que un niño triste se comporte más
agresivo o, al contrario, sienta mucha rabia y esto haga que se torne
silencioso, retraído. Lo importante es tener claro que necesita vivir su duelo
y no distraerlo para que "se le olvide" la pérdida.
Si no logra expresar sus emociones, las
reprime y podrá expresarlas de forma violenta en la casa, escuela, con otros
amiguitos o, por el contrario, puede enfermarse al somatizar lo no dicho o
expresado.
Como adultos debemos crear oportunidades y
posibilidades en las que pueda drenar sus sentimientos. Escucharlos aunque nos resulten
duros sus reclamos es clave para que se sientan aceptados y comprendidos.
Comentarles que también a nosotros nos dolió. Tomar la
decisión es un acto compasivo y empático que les permite percibir que no están
solos en su dolor.
Cuando hay un divorcio o una separación, el
grupo familiar está afectado. Cada quien vivirá su duelo y lo expresará de
acuerdo a sus características particulares. En esta transición se pueden
generar conflictos porque nuestros estados de ánimo variarán y se forjan tensiones y explosiones emocionales.
Orfandad emocional. Es necesario tener claro que el conflicto de
pareja no se le puede endosar al niño. Hace mucho daño cuando una de las partes
desahoga con los hijos lo que piensa de la ex pareja, especialmente cuando la
rabia, resentimiento, deseos de venganza están presentes. Esto también formará
parte de su morral emocional, una carga muy pesada que si no se aborda maduramente, lo llevará a la orfandad
emocional con heridas que morderán por el abandono, real o inducido por quien quiere
divorciar al hijo del padre o de la madre.
Ódiame por piedad. Hay una vieja y popular canción de Julio
Jaramillo que dice “Ódiame por piedad yo te lo pido, ódiame sin medida ni
clemencia; odio quiero más que indiferencia…” Es un llamado a esas relaciones
tóxicas que optan por el odio porque no
son capaces de aceptar la separación e inoculan a los hijos intoxicándolos
emocional y existencialmente.
Seguimos resonando
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