Óscar Misle
@oscarmisle
Cuando la vida nos apaga la luz,
en nuestro corazón aparecen velas.
En mi libro “Heridas que muerden, heridas que
florecen” hago referencia a esos sucesos
que te cambian la vida. Recordé al padre
Godoy, un sacerdote salesiano con quien compartí en mis años de adolescente en un grupo en el que realizábamos actividades recreativas,
deportivas y artísticas con niños, y adolescentes de un sector popular caraqueño.
En una de las reflexiones grupales nos contó que en su pueblito
Timotes, ubicado en el páramo andino, cuando
los sorprendía un apagón, todo se oscurecía. El percance los obligaba a encender velas, y con esa tenue luz
empezaban a buscar la
avería
Todo parece estar
“bien” hasta que nos sorprende “un apagón”. Puede ser por una enfermedad,
duelo, accidente, la pérdida del trabajo, la ruptura con una pareja, la partida
de un amigo, la situación sociopolítica del país… Un suceso que nos pone en penumbra
revelándonos como la vida puede cambiar de un momento
a otro, sin previo aviso, donde poco nos sirven las certezas, la soberbia, las arrogancias y vanidades... Lo que nos
queda como sedimento de ese momento, es un ser
ablandado por la vulnerabilidad que necesita conectarse con lo esencial.
¿Qué es lo esencial? Es eso que te hace mirar para arriba y
al frente cuando estás atrapado en la sombra. Eso que te saca de tu zona de confort. Es lo que te hace volcar los ojos al interior, cuando
están encandilados por las seducciones del exterior, las alucinaciones
del éxito, el gusto por el poder y te
das cuenta de todo eso que nos atrapa desde afuera. Pero también cuando nuestra fe y
esperanza queda secuestrada por lo
complicada, inhumana y violenta que se ha tornado la situación del país.
Sin entrar en complejas definiciones filosóficas, podemos que lo esencial se nutre de detalles que nos conectan con nuestros seres queridos, a través de una llamada, un correo electrónico, un mensaje de texto, una visita, con un abrazo, una mirada o una sonrisa para enviar señales de amor y presencia por la simple necesidad y placer de hacerlo.
Lo esencial también está representado por momentos que nos hacen escuchar lo inaudible, ver lo invisible, expresar lo inexpresable con palabras pero si con gestos, desde lo que somos; pero eso requiere quitarnos el condón emocional. Se dice fácil pero es complicado en esta sociedad tan maltratada por la violencia, indolencia, intolerancia, resentimientos. Las heridas emocionales comienzan a morder y preferimos preservarlas asfixiándolas en el preservativo emocional
Ese apagón puede ser una oportunidad que nos advierte que debemos observar lo que al principio no se ve en la oscuridad para descubrir, como en las penumbras, se empiezan a revelar formas que nos dan señales que, poco a poco, encontraremos entre las sombras la luz y con ella la avería que generó el apagón y lo que podemos hacer.
La “avería” hay que reconocerla, asumirla para transformarla. Repararla es un trabajo nada fácil. Es un proceso que exige abrazar el dolor, los miedos, las dudas y todo lo que ello implica.
En esta cultura ligth. donde todo se quiere de forma rápida, instantánea, tomando atajos, la vida se encarga de ponernos de parada. Nos coloca en el hombrillo. Nos pone a vivir procesos que no podemos controlar desde afuera, que requieren mirar nuestro interior para atender esas heridas que posiblemente estén enconadas o infectadas y que exigen ser atendidas, limpiarlas con amor y compasión. Un proceso doloroso pero necesario para que nuestras heridas puedan florecer.
Seguimos resonando
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