Óscar
Misle
@oscarmisle
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Óscar Misle Terrero
En mi trabajo en la promoción y defensa de los derechos
humanos y en la formación para el
ejercicio de una ciudadanía responsable; siempre he visto con buenos ojos el
empoderamiento.
Entendiéndolo como la posibilidad de tomar conciencia de nuestras
capacidades y habilidades para vivir nuestra humanidad en condiciones dignas;
exigiendo las transformaciones sociales, políticas y culturales necesarias para
convivir en una sociedad sin discriminaciones y exclusiones de ninguna índole.
Gracias al empoderamiento los grupos minoritarios,
históricamente excluidos, han logrado conquistar con sus luchas sus derechos y
reivindicaciones.
Cuando
el empoderamiento enmascara resentimiento.
El
resentimiento es una forma de ser y de sentir anclada en el pasado. El resentido es un rumiante emocional. La hiel de los
recuerdos por las vivencias pasadas hace que sienta que el entorno está en
deuda con él. Posiblemente quienes generaron sus heridas fueron personas
cercanas y significativas que por abuso de poder, exceso de autoridad,
maltratos marcaron su psique afectando la percepción de sí mismo y sintiendo a
los demás como una amenaza; porque las heridas no solo están abiertas sino se
han infectado.
Quiere
vengar su dolor y su rabia en los demás. Especialmente en aquellos que han obtenido logros
afectivos, profesionales, materiales, sociales y políticos. Su sensación de
minusvalía le hace sentir permanentemente que los otros quieren atacarlo,
humillarlo, desconocerlo… Especialmente cuando
difieren de sus opiniones o manifiestan desacuerdos con su forma de ser,
pensar, sentir.
El resentido empoderado en la medida en que va obteniendo
poder, control, jerarquía puede justificar su proceder a través de la
ideología, la religión o condición. Es incapaz de reconocer sus propias
heridas; pero si es capaz de culpabilizar a otros.
La
posibilidad de caer en el fanatismo es muy grande. Puede inclusive
utilizar el victimazgo como una herramienta para no asumir las consecuencias y
responsabilidad por sus actos. Siempre su afirmación será: “La culpa es de los
demás”.
Piensa
y siente que ser amable es ser servil. Percibe que en la medida en que es
atento con los demás o pone en práctica normas de cortesía se coloca en
desventaja y puede ser percibido como inferior. Por ello es común ver como la
calidad de los servicios, las relaciones sociales y humanas en general se
empobrecen. Dar los buenos días, decir gracias, pedir disculpas, van
desapareciendo en la convivencia cotidiana.
Irrespeta
las leyes o impone de manera arbitraria o discrecional. Un ejemplo lo tenemos en algunas ciudades del país con
el comportamiento de los motorizados. No se puede generalizar; pero es una
realidad que violentan las leyes de tránsito, irrespetan a los peatones, ponen
en riesgo la vida de los niños y adultos mayores. No solo los civiles; también
los funcionarios militares, policiales, violan irregularmente las leyes,
circulan a contravía, por las aceras, sin placas que los identifiquen.
Los
niños lo aprenden del entorno, perciben
que el ejercicio del poder está relacionado con arbitrariedad, abuso,
improvisación y lo manifiestan en sus centros educativos. Detrás del acoso
escolar hay uso del poder para tener control sobre un grupo y abusar de un
compañero más vulnerable utilizando el miedo como estrategia.
El empoderamiento depurado de resentimientos y sustentado
con la solidaridad, reconocimiento, cooperación, respeto nos hace ciudadanos
dignos y responsables; pero cuando lo que lo mueve es el resentimiento y deseo
de venganza hace mucho daño.
Hoy vivimos en una Venezuela donde los empoderados son resentidos. Se vive en las madres y adultos mayores que no dan las gracias cuando les ceden el puesto en el metro, en el trato autoritario y mal educado del personal en lugares de servicio público.
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