Óscar Misle,
@oscarmisle
Una de los factores que pueden dificultar la relación amorosa son las expectativas. Esperamos que nos amen como queremos y necesitamos. Eso no está mal, el problema es cuando no sabemos reconocer las expresiones cotidianas de amor de nuestros seres queridos, especialmente cuando no se traducen en abrazos, besos y palabras bonitas.
Muchos fuimos
criados en hogares en los que el amor se expresó a través de acciones
prácticas. No nos faltó lo necesario para vivir: alimentación, cuidados cuando
enfermábamos, escolaridad… Sabíamos que nos querían pero en algunos casos
no nos sentíamos queridos.
Cuando crecimos
nos dimos cuenta que era necesario sazonar las formas aprendidas de amar e
incorporamos frases como “te quiero mucho”, “me haces mucha falta”, “eres
importante en mi vida”. El problema es que las utilizamos solo en
momentos especiales y no con la frecuencia que necesitamos.
¿Por qué
postergar?
Vivimos en una realidad
en la que la necesidad de la sobrevivencia, velocidad y el atropello no dejan espacios
para el amor. Creemos que tendremos toda una vida para expresarle a
nuestros seres queridos lo que sentimos por ellos, postergamos el perdón y la
reconciliación, hasta que un suceso que puede ser una enfermedad, un accidente,
o la muerte repentina nos hace preguntarnos ¿Por qué no nos dimos los abrazos
que necesitábamos? ¿Por qué no nos sentamos a conversar sobre lo
pendiente emocionalmente y que nos llenó de desolación y rencor?
No es fácil vivir
el amor en sus diferentes dimensiones y en los distintos momentos de nuestra
vida. Cada quien procesa lo vivido de diversas formas, y en ese proceso nos
vamos hiriendo unos a otros emocionalmente. Heridas que nos cuesta
identificar y reconocer.
En mi libro “Heridas
que muerden, heridas que florecen”,
Editorial Planeta, comparto historias que muestran como lo no dicho
en la relación genera dudas y deudas. La enfermedad aparece y comienza a buscar
la atención que no obtuvimos por otras vías. Las heridas
emocionales comienzan a morder con hostilidad, quejas, reclamos y rencores.
El amor necesita
tiempo y espacio para darlo y recibirlo, cada quien a su modo, con las
herramientas que tiene; pero que puede ir floreciendo en la medida en que le
demos mayor libertad y flexibilidad al corazón.
Ciertamente el
amor es un riesgo porque cuando amamos se revelan nuestros puntos débiles y
vulnerables. Lo que digamos y hagamos puede tocar heridas y
hacernos mucho daño.
Afortunadamente,
como seres humanos tenemos la posibilidad de madurar, evolucionar y aprender.
Es una opción y decisión que solo se puede tomar con y desde el amor a nosotros
mismos y a los demás. Es ese proceso en que los inviernos le dan paso a las
primaveras. Los árboles, que lucían mustios y quemados por el intenso
frio o sequía, comienzan a retoñar, a recuperar su verdor. También nosotros
podemos lograr que nuestras heridas florezcan, perdonando, aceptándonos y
reconociéndonos para acercarnos y conectarnos desde lo que somos, pensamos y sentimos.
¡No lo dejemos para después. Puede ser demasiado tarde!
Hasta la próxima resonancia
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