Óscar
Misle
Sebastián (6 años) cada vez
que no logra conseguir lo que quiere se enfurece. Comienza a dar gritos.
Rebeca, su mamá, se angustia, le pide que se calle. “No tiene por qué ponerte
así”, “tienes que aprender a controlarte”. Su mamá le pide que no exprese su
rabia y Sebastián se enfurece más.
Bernard Golden, en su libro
Rabia sana, plantea que para ayudar a los niños y adolescentes a manejar su
rabia, hay que tener claro que es una
emoción humana natural que varía de intensidad y duración. Suele ser una
reacción a otras emociones (tristeza, miedo, ansiedad…) . que puede estar
vinculada a los sentimientos y pensamientos. Golden considera que la rabia nos
dice más sobre nuestros deseos y necesidades que sobre la situación que la
originó.
Requiere
destrezas que pueden aprenderse. Su adecuado abordaje
posibilita desarrollar la capacidad de elegir entre diferentes estrategias.
Para entender la rabia de nuestros hijos es necesaria la empatía; pero también
se requiere intimidad. Empatía para ponernos en su lugar y captar qué es lo que
motiva su rabia. Intimidad para crear un clima en el que puedan expresar sus
emociones, en este caso la rabia, sin tener que sentirse avergonzado o
culpable.
La
rabia y la tristeza caminan de la mano.
“La rabia y la tristeza
venían caminando juntas. La rabia como es ella, explosiva, incapaz de
controlarse, fogosa, observó un pequeño lago y decidió bañarse para ver si
podía apagar un poco su fuego. La tristeza no vaciló en meterse al lago junto a
la rabia. Temía quedarse sola, abandonada y excluida. En lo que la rabia vio que la tristeza había
decidido acompañarla salió del agua, se vistió y se fue corriendo. La tristeza
cuando se sintió de nuevo sola, compulsivamente salió a la orilla y tomó su
ropa para vestirse. Cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta que la rabia
se había llevado su ropa. Desde ese día
la rabia está vestida de tristeza y la tristeza de rabia”.
Cuando esta historia, que
versiono, se la escuché al psiquiatra
argentino Jorge Bucay, pensé en todas aquellas personas que no controlan su
rabia, que agreden, ofenden, ocultando tras esa máscara una profunda tristeza.
También aparecieron en mi mente quienes se ven
tristes, entregados a un destino sin horizontes; pero que en el fondo
tienen una profunda rabia que no logran liberar.
Sebastián seguramente se
siente frustrado porque no logra conseguir algo que le interesa o necesita.
Rebeca, con la mejor de las intenciones, trata de contener su rabia exigiéndole
que se controle sin indagar las posibles causas de su enfado. Cuando a esta
emoción no se le reconoce y no se expresa, se reprime y combustiona,
internamente, con la enfermedad o externamente con agresiones físicas y verbales.
El que las familias y
docentes reconozcan y acepten que el niño tenga rabia, no quiere decir que
estén de acuerdo con lo que la genera. De lo que se trata es que el niño
aprenda a manejar esta emoción para que no se convierta en agresión y violencia.
Vivimos
en una sociedad muy violenta, con altos índices de
criminalidad y con pocas posibilidades de controlar insultos o agresiones
verbales, incluso físicas. Cabría preguntarse, ¿a cuántas de estas personas se
le permitió de niños reconocer y expresar su rabia con estrategias adecuadas? Utilizando
canales que le permitieran manifestar su malestar sin tener que ofender,
agredir, descalificar. El auto control o auto regulación emocional solo se
puede lograr cuando se tiene
Los
caminos equivocados. Cuando hay un mal manejo de la rabia y se
reprime, hay el riesgo de que se puedan utilizar evasores o canalizadores
inadecuados como las drogas, el alcohol, las tendencias suicidas o asociaciones
a bandas delictivas, acoso escolar.
¿Cuántos sentimos que
nuestra rabia es válida? ¿Cuántos aprendemos estrategias no violentas que nos
permitan expresarla sin tener que reprimirla?
Hasta la próxima resonancia
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