Óscar
Misle
@oscarmisle
Carta de un estudiante
Hola me llamo José Rafael, desde
el maternal escuché que la escuela es tu segunda casa. Ciertamente es así
porque son muchas las horas que pasamos en ella.
Hoy tengo 16 años, el año
que viene debo abandonar el liceo. Son muchos los sentimientos encontrados. Me
cuesta expresar que en un momento fui víctima de acoso escolar por mi
condición. Me tocó sufrir en silencio lo que me no me atreví a confesar por
vergüenza, miedo, culpa…
No conté con el apoyo de mi
familia. Por mucho tiempo guardé
silencio para no defraudar a mis padres. Me daba mucha vergüenza no saber
defenderme.
No
era un simple e inofensivo chalequeo
Al principio pensé que era solo
chalequeo; pero comencé a buscar
información y me di cuenta que era bullying o acoso escolar, Las bromas
no eran tales, eran burlas humillantes. No eran ocasionales. Para que sea bullying
las agresiones, verbales, físicas, excluyentes deben ser reiteradas, siempre delante de unos testigos que se ríen y le dan
poder al acosador. Los espectadores
guardaban silencio. El objetivo:
molestar, humillar, excluir y hacer sufrir.
Exploté
y me vengué
Un día todas mis emociones,
rabia, dolor, frustración, miedo explotaron. Golpeé a ese “compañero” que se burlaba
de mí. De víctima pasé a victimario. Ahora que escribo esta carta me hago
muchas preguntas: ¿Por qué el acoso es percibido en muchos centros como cosas
de muchachos y no se actúa oportunamente? ¿La forma de evitar la impunidad es
tomando la justicia por nuestras propias manos? ¿Es la escuela un espacio para
ser feliz o debemos soportar las injusticias por omisión, complicidad? ¿Si la
escuela es nuestra segunda casa porque cuesta tanto la comunicación entre las
familias, docentes, directivos y el resto de la comunidad educativa? ¿Para qué
sirve tener leyes si no aplican?
Al
final del túnel
Paradójicamente muchas de
estas preguntas comenzaron a tener respuesta. Recibí apoyo de la orientadora.
Mi familia se acercó al liceo y se implementaron medidas para mejorar la
convivencia. Se crearon espacios para
que los estudiantes pudiéramos participar y opinar sobre las situaciones que
vivíamos y hacer propuestas para cambiar nuestra realidad personal y social.
Les confieso que comencé a
entender lo que se siente ser visible, experimentar
la autonomía cuando fuimos consultados no solo en los momentos en que las cosas
van bien sino también cuando cometemos errores y opinamos sobre cuáles deberían
ser las consecuencias de nuestros actos.
La
osada profesora Hilda
Siempre la recordaremos. En
sus horas de clases no solo pasaba la
materia. Nos motivaba a pensar,
reflexionar. Logró que el aburrimiento no fuese la excusa para agredir a otros.
En estos años he entendido el
daño que hace el abuso de poder. El más fuerte humilla al más pequeño; en el
que “los viejos” le pasan factura a los nuevos estudiantes y deben vivir su
noviciado aceptando imposiciones y abusos que nos impulsan a responder con violencia empeorándose la
situación.
El
ingenioso profe Ricardo
No quiero finalizar estas
letras sin dejar de mencionar al profe Ricardo quien utilizaba películas,
cuentos, fábulas, testimonios en los que se hacía evidente la intolerancia a la
diversidad por condición política, racial, religiosa, sexual o de procedencia y
lograba en los foros que las respuestas salieran de nuestras propias bocas.
Las cosas cambiaron en
nuestro plantel cuando nos dimos cuenta que los factores que generaban
violencia y acoso no solo tienen que ver con lo que vivimos en nuestras familias,
en el país sino también con lo que pasa en el centro educativo.
Hasta
la próxima resonancia
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