Óscar Misle
@oscarmisle

Lo que no estaba escrito
eran las lágrimas desconsoladas de su familia, de quienes lo abrazaron sin
poder despegarse. Un dolor contagiante que nos puso a llorar a todos.
Es recurrente escuchar:
“la decisión de irnos no es porque no nos interesa o dejamos de querer a
nuestro país, es porque queremos tener otras posibilidades. Tenemos miedo por
lo que nos pasó”. Salen a escena los robos, secuestros, homicidios de seres
queridos o cercanos.
Un nuevo motivo que impulsa la salida es la amenaza que implica la impuesta constituyente por
todo lo que lo trae consigo. Un pretexto
para concentrar poder, amasando la
constitución al antojo de un pequeño grupo radical, resentido por la
pérdida de popularidad y dispuesto a
todo para perpetuarse en el poder.
Quienes se van deben
preparar su equipaje con dolor, rabia y frustración al sentir que no les quedó
otra que abandonar el país para buscar mayor seguridad en todos los sentidos.
Lo irónico es que un buen número de los militantes del
gobierno, que se postulan como constituyentes tienen sus hijos o familiares
fuera del país. Los sacaron para protegerlos de la inseguridad y garantizar el bienestar que no tendrán en Venezuela.
El hecho es que el colorido suelo de Cruz Diez se convirtió en
una alfombra gris para muchos venezolanos que se han ido en busca de una nueva
vida, en su equipaje llevan ilusiones pero también hay un corazón herido
por lo que dejan en su país.
En mi libro “Heridas que muerden heridas que
florecen” de Editorial Planeta cuento lo
que vivió
Denia Vega: “El aeropuerto estaba lleno. Las personas iban y venían, con
júbilo. Yo sin embargo estaba triste, miraba a mí alrededor, estaba mi
viejita, mi hija, mi nieto, mi hermana y sobrinos y un gran amor.
Aquel bonito cuadro, en breve quedaría atrás y yo emprendería un nuevo
camino,
con toda mi soledad en el alma... Por fin, anunciaron el vuelo. La despedida, con lágrimas en los ojos y sin saber cuándo nos volveríamos a ver.
con toda mi soledad en el alma... Por fin, anunciaron el vuelo. La despedida, con lágrimas en los ojos y sin saber cuándo nos volveríamos a ver.
Pasé a abordar el avión. Ya en él, surgió la voz de la azafata, dando
las instrucciones de vuelo. Me abroché el cinturón y el avión comenzó a
deslizarse por la pista y fue allí, cuando empecé a sentir que mi corazón
cada vez se apretaba más y más, hasta el instante en que despegó su vuelo. Yo
sentí en lo más profundo de mi ser, que mi corazón se desprendía del pecho y
también quedaba atrás; junto a mi familia…”
Imaginé en su relato a mi prima y a todos los seres queridos que nos ha tocado despedir. El calor y el dolor del abrazo de
despedida nos tienen que dar la
fortaleza para seguir en las calles, haciendo lo que nos toca para evitar que
el país sea secuestrado por quienes quieren seguir violando la constitución. Soy
optimista, el poder del soberano se hace sentir cada vez de forma más decidida
para que la justicia venza la oscuridad y vislumbremos un nuevo horizonte.
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