Fecha: 29-09-2016
Por: Óscar Misle, @oscarmisle
Sebastián (6 años) cada vez que no logra conseguir lo que quiere se enfurece. Comienza a dar gritos. Rebeca, su mamá, se angustia le pide que se calle. “no tiene por qué ponerte así”, “tienes que aprender a controlarte”. La mamá le pide que no exprese su rabia y Sebastián se enfurece más.
Bernard Golden, en su libro Rabia sana, plantea que para ayudar a los niños y adolescentes a manejar su rabia, hay que tener claro que una emoción humana natural que varía de intensidad y duración. Suele ser una reacción a otras emociones (tristeza, miedo, ansiedad…). Suele estar vinculada a los sentimientos y pensamientos. Golden considera que la rabia nos dice más sobre nuestros deseos y necesidades que sobre la situación que la originó.
Requiere destrezas que pueden aprenderse. Su adecuado abordaje posibilita desarrollar la capacidad de elegir entre diferentes estrategias. Para entender la rabia de nuestros hijos es necesaria la empatía; pero también se requiere intimidad. Empatía para ponernos en su lugar y captar qué es lo que motiva su rabia. Intimidad para crear un clima en el que puedan expresar sus emociones, en este caso la rabia, sin tener que sentirse avergonzado o culpable.
La rabia y la tristeza caminan de la mano.
“La rabia y la tristeza venían caminando juntas. La rabia como es ella, explosiva, incapaz de controlarse, fogosa, observó un pequeño lago y decidió bañarse para ver si podía apagar un poco su fuego. La tristeza no vaciló en meterse al lago junto a la rabia. Temía quedarse sola, abandonada y excluida. En lo que la rabia vio que la tristeza había decidido acompañarla salió del agua, se vistió y se fue corriendo. La tristeza cuando se sintió de nuevo sola, compulsivamente salió a la orilla y tomó su ropa para vestirse. Cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta que la rabia se había llevado su ropa. Desde ese día la rabia está vestida de tristeza y la tristeza de rabia”.
Cuando esta historia, que versiono, se la escuché al psiquiatra argentino Jorge Bucay. Pensé en todas aquellas personas que no controlan su rabia, que agreden, ofenden, ocultando tras esa máscara una profunda tristeza. También aparecieron en mi mente quienes se ven tristes, entregados a un destino sin horizontes; pero que en el fondo tienen una profunda rabia que no logran liberar.
Sebastián seguramente se siente frustrado porque no logra conseguir algo que le interesa o necesita. Rebeca, con la mejor de las intenciones, trata de contener su rabia exigiéndole que se controle sin indaga las posibles causas de su enfado. Cuando a esta emoción no se le reconoce y no se expresa, se reprime y combustiona, internamente, con la enfermedad o externamente con agresiones físicas y verbales.
El que las familias y docentes reconozcan y acepten que el niño tenga rabia, no quiere decir que estén de acuerdo con lo que la genera. De lo que se trata es que el niño aprenda a manejar esta emoción para que no se convierta en agresión y violencia.
Vivimos en una sociedad muy violenta, con altos índices de criminalidad y con pocas posibilidades de controlar insultos o agresiones verbales, incluso físicas. Cabría preguntarse, ¿a cuántas de estas personas se le permitió de niños reconocer y expresar su rabia con estrategias adecuadas? Utilizando canales que le permitieran manifestar su malestar sin tener que ofender, agredir, descalificar. El auto control o auto regulación emocional solo se puede lograr cuando se tienen conciencia de lo que se pretende controlar.
Los caminos equivocados. Cuando hay un mal manejo de la rabia y se reprime, hay el riesgo de que se puedan utilizar evasores o canalizadores inadecuados como las drogas, el alcohol, las tendencias suicidas o asociaciones a bandas delictivas, acoso escolar.
¿Cuántos sentimos que nuestra rabia es válida? ¿Cuántos aprendemos estrategias no violentas que nos permitan expresarla sin tener que reprimirla?
Seguimos creciendo juntos
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