El siete de enero del recién estrenado año 2014, con mucho dolor e indignación, recibimos la noticia del homicidio, por parte de un grupo de delincuentes, de la actriz venezolana Mónica Spear y de su pareja Henry Thomas Berry. Su hija, de 5 años, recibió un tiro en las piernas y logró sobrevivir.
¿Qué significa para esa niña haber presenciado el asesinato de su familia y además haber quedo herida? Seguramente regresaba a Caracas con el sabor de las vacaciones compartidas en familia, los lugares visitados, los paisajes disfrutados, los sueños para el 2014 y de pronto unos homicidas cambian ese bonito y agradable sabor por uno amargo. Quedó huérfana a los 5 años y con unas imágenes grabadas en lo más profundo de su ser.
La noticia comenzó a circular por las redes sociales con comentarios cargados con frases de angustia, indignación, rechazo; pero también, en algunos casos, de sarcasmo, ironía e indolencia.
Estrenar el 2014 con noticias como esta tiene que hacernos reflexionar y reaccionar. No es justo que tengamos que vivir en una realidad en la que salir de vacaciones es un riesgo, especialmente si viajes por tierra. Son frecuentes los testimonios de personas que se quedan accidentadas y son atracadas, y muchas veces asesinadas.
Cuando nuestros niños y niñas se enteran de estas noticias, el miedo los atrapa. Sus familias comienzan a tomar medias y se van cargando de ansiedad, tensión y angustia. La sensación de impotencia genera problemas de salud física y emocional. Las posibilidades de recrearse se van haciendo cada vez más estrechas por las amenazas de un entorno que no valora ni respeta la vida
Surge la interrogante ¿Debemos meter a los niños en una campana aislante de la realidad? o ¿Cómo enseñamos a auto-protegerse sin que la paranoia invada sus vidas?
No es tarea fácil para un niño sentir que su vida y la de sus familiares están en permanente riesgo por el simple hecho de salir a la calle. No importa la hora ni el lugar, la violencia se ha colado en todas partes.
En una reunión con adolescentes comentaban que sus padres cuando eran jóvenes se iban de campamento con carpas que instaban a la orilla de la playa. Lo contaban como algo imposible de imaginar. Una de las adolescentes intervino y dijo: “A mí me da terror subir al Ávila, a una amiga la asaltaron y se salvó de que le hicieran algo más por una familia que la socorrió”.
Esa sensación de miedo, frustración e impotencia frente a la inseguridad reinante, conlleva a que nuestros niños lleven en sus morrales la preocupación, y con frecuencia se traduce en hostilidad y en dificultades para convivir.
El Estado tiene la obligación de garantizar el derecho a la protección y a la vida de todos los niños y adolescentes del país sin discriminación de ningún tipo. Nos toca exigir y hacer valer ese derecho para que la paz, más que un enunciado, sea una realidad.
Los discursos de Paz pueden sonar muy bien pero si no se traducen en acciones prácticas, que garanticen la seguridad de todos, serán como las campanas de bronce que suenan muy duro; pero están vacías.
Seguimos creciendo juntos
No hay comentarios:
Publicar un comentario