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viernes, 5 de abril de 2013

Lo que tienen que hacer por el amor



 En la consulta, Roberto (7 años), un día me comentó: “En mi habitación, por las noches, se metía en el clóset un monstruo, yo siempre lo veía. Me ponía a gritar y  mi papá no me creía. Me decía: 'Eso lo inventas por estar viendo tanta televisión'. Yo creo que él también tenía miedo de encontrarse con el monstruo".

      Le dije a Roberto: eso último que me contaste me hace pensar en una buena propuesta, pídele a tu papá  que abra la puerta del clóset para que vea si hay o no un monstruo. Me respondió: “¿Y si me descubre y se da cuenta de que no está?, nunca más va a venir a mi cuarto a acompañarme”. Ese monstruo era su cómplice para llamar la atención de su papá.

    Después de un tiempo, la mamá me contó que una noche el niño comenzó a gritar para que vinieran a liberarlo del monstruo. El papá fue al clóset, fingió ver al monstruo y lo reprendió, lo mandó a salir de la habitación y le dijo ¡No vuelvas a venir a molestar a mi hijo!, yo estoy aquí para protegerlo, cuidarlo y quererlo! El niño, con cara de picardía y satisfacción, por el heroísmo de su papá, lo abrazó y le dijo “Papá vas a cumplir  todo lo que le prometiste al monstruo?” El papá le dijo que sí y Roberto muy emocionado lo abrazó.

     El papá de Roberto era un hombre obsesionado por el trabajo. Llegaba a la casa cuando todos estaban dormidos. Los fines de semana los utilizaba para investigar, hacer informes, reunirse con sus amigos… Estaba demasiado ocupado y no tenía tiempo para el amor. Afortunadamente Roberto consiguió un monstruo que le devolvió a su papá.
        
      Cuántas veces necesitamos inventar  historias, generar enfermedades, pretextos... para decirle a nuestros seres  queridos: “Aquí estoy”. Suele pasar con las personas mayores que se sienten solas y la única aliada que tienen, para sentirse atendidas y tomadas en cuenta, es la enfermedad. Con frecuencia nos colocamos “condones emocionales”, preservativos afectivos, para evitar todo lo  que nos genere dolor, compromiso y nos engañamos  con el “aquí no está pasando nada”.

    Asombra cuando escuchamos  las historias de familiares y parejas que se sorprenden cuando descubren que su hijo o hija tiene tiempo consumiendo alcohol o drogas, o la pareja que tiene años con un amante, o la hija adolescente ha tenido dos abortos y ni nos enteramos ¿Dónde estábamos cuando  sucedió todo esto? 

    El amor exige atención y tiempo, para sentirnos visibles  y queridos. Preocupa, en los talleres con niños, niñas y adolescentes, escuchar lo solos que se sienten. Comentan: “en mi familia todo lo comunicamos por el celular” Cada quien está en lo suyo, por el trabajo, la vida social o porque a veces quedamos atrapados en las redes  sociales y nos olvidamos de  las necesidades afectivas de nuestros seres queridos. 

Seguimos creciendo juntos




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