Óscar Misle
Recuerdo que en mi familia, desde los primeros
años, con insistencia nos recalcaban; “A las niñas no se les pega ni con el
pétalo de una rosa” Esa niña podía ser una hermana, prima, vecina, compañera de
clases.
En una actividad
formativa con adolescentes, realizada en Cecodap, se consultó a las chicas sobre su
ideal de pareja. Partimos de la imagen del príncipe azul, ese muchacho
sonriente, gentil, comunicativo, tierno… Para nuestra sorpresa una de las
participantes expresó: “Me fastidian y
parecen sosos los hombres sensibles, cariñosos, melosos. Son más interesantes
los que son varoniles, secos, rudos y
reservados. Detesto los hombres parlanchines”. Asentando con la cabeza alguna
de sus compañeras.
En el intercambio que se hizo en la plenaria se
evidenció la creencia en los participantes de que es normal en las relaciones
de pareja que se puedan perder los estribos de vez en cuando porque todos somos
“de carne y hueso”.
Qué significa “Perder
los estribos”
El modelo de masculinidad de “un hombre que
represente” en muchos casos se asume que
pueda, en ciertas circunstancias, haciendo uso de su poder dar un golpe cuando la
pareja dice o hace algo que para él no está bien.
Parejas de adolescentes comienzan a reproducir
modos de relación signados por la violencia desde el noviazgo. Discusiones por
celos que finalizan en empujones, golpes o rasguños. “Estamos jugando”, es la
respuesta que suelen dar cuando algún adulto espectador trata de intervenir.
Son el signo de una relación donde la violencia se ha naturalizado. Se
reproducen creencias de que las peleas son buenas porque vuelven más excitante
la relación con la reconciliación. Otras creencias: “Es normal que suceda en
cualquier pareja”, “Después de un tiempo se les pasará” justifican la presencia
de agresiones. Lamentablemente, la violencia, una vez instalada y legitimada,
crecerá en intensidad y frecuencia.
Aprender a convivir en pareja.
Vivir en pareja es un tema del que no se habla con
las niñas, niños y adolescentes. Pareciera que es el propio ser humano y que se
aprende en la práctica espontáneamente. Se cree que aprendemos de la vida en
pareja por lo que vemos en nuestros padres, cosa que es cierta, pero también es
una realidad la existencia de hogares de
nuestro país en los que no hay parejas y
la decisión de separarse es por abandono o porque estaban mediados por la violencia y descalificación.
Los niños, niñas y adolescentes crecen
naturalizando modelos violentos de relación; donde hay que aceptar la agresión,
descalificación, exclusión o hay que dejar de ser uno mismo para poder ser
aceptado y seguir adelante.
¿Cómo formarlos
emocionalmente?
Son fundamentales los esfuerzos que se realicen con
la educación emocional para que desde los primeros años para aprender convivir adquiriendo las destrezas que se requieren. Por eso valoramos
el recurso que representa la Guía
para evitar relaciones románticas con comportamientos tóxicos y machistas presentada
por el Pacto de Estado contra la Violencia de Género en
España.
Desde niños habría que comenzar a distinguir un
amor sano del que hace daño tal como lo presenta esta publicación:
El amor es sano cuando…
Escucha y se interesa por tus sentimientos.
No te grita, humilla ni desprecia. No te amenaza.
Jamás te agrede.
Respeta tus relaciones familiares y sociales.
No te presiona para tener relaciones sexuales.
Respeta tus decisiones. No juzga tu forma de
vestir.
Respeta tu libertad e intimidad y confía en ti.
El amor es violencia cuando…
Ignora o desprecia tus sentimientos con frecuencia.
Te humilla, grita o insulta en privado o en público.
Amenaza con hacerte daño a ti o a tu familia.
Te ha agredido alguna vez.
Te aísla de familiares y/o amistades.
Te fuerza a mantener relaciones sexuales.
Toma las decisiones por ti.
Controla tu manera de vestir, molestándose si no le
haces caso.
Controla tu teléfono y redes sociales (te pide tus
contraseñas, se molesta si no le contestas al momento de escribirte) o te
amenaza con compartir tus fotografías íntimas.
Desnaturalizar la violencia
Educación emocional. Desde pequeños, deberían contar con una educación
emocional que plantee el adecuado manejo de las emociones, la frustración,
ejercicio del poder, refuerzo de la autoestima, empatía, asertividad,
resolución de conflictos, habilidades
sociales que permitan reconocer
que no es normal que en una relación de pareja te agredan y hagan
sufrir.
Aprender a identificar modelos de relación, por ejemplo cuando se hace presente la violencia
de género donde se repite un círculo vicioso: Acumulación de tensiones,
explosión y “luna de miel” donde el agresor se arrepiente, pide perdón, hace
todo tipo de promesas, regalos…
Reconocer la violencia en sus distintas
formas e intensidad, puede ser
física; pero también verbal, psicológica, emocional, sexual… Se puede presentar
de una forma o varias a la vez; pero ninguna es inocua y nunca se justifica.
Las diversas
expresiones de violencia se
expresan hoy en día en las redes sociales. La Guía mencionada advierte lo vital
que constituye identificarla:
“Te presiona para que le des tus contraseñas como
muestra de amor y confianza de tu parte. Y si no lo haces, ¡se molesta!
Quiere saber siempre quién te llama o escribe al
celular, ver tus conversaciones y qué contactos tienes en las redes sociales.
Te presiona para saberlo.
Controla los comentarios de tus redes sociales.
Te exige saber cuándo y por qué te has conectado
para hablar con alguien.
Te pide que le envíes tu ubicación en el celular
para confirmar y controlar que estás donde dices que estás.
Te amenaza con difundir mensajes o imágenes tuyas
por internet si no haces lo que quiere”.
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