Fecha: 04-11-2016
Por: Óscar Misle, @oscarmisle
La semana pasada representantes del Centro de Estudiantes del colegio San Ignacio comunicaron por las redes sociales su decisión de no participar este año en el tradicional Festival de Gaitas. La decisión la tomaron porque no consideraban que en estos momentos existan las condiciones en el país para realizarlo. Utilizaron la frase "El cambio comienza por nosotros”
Me pareció una decisión valiente que demuestra que nuestros niños y adolescentes no están ajenos a lo que está pasando y cómo afecta sus vidas. No faltó quienes consideraran injusto que debieran renunciar a sus actividades tradicionales, menos en el período navideño, por una situación de deterioro que no depende de ellos.
También están, entre los que me incluyo, quienes valoramos su disposición de opinar, decidir y demostrar que no son indiferentes o indolentes; dejando solo en manos de otros la posibilidad de generar cambios de conciencia y sensibilidad.
Vivimos en una sociedad marcada por rivalidades, tensiones, exclusiones. La diversidad no se reconoce como valor.
Por otra parte, la escuela no ayuda a forma para la administración de éxitos y fracasos. Cuando se obtiene un triunfo, por ejemplo en el deporte, se generan una serie de emociones: alegría, euforia, excitación… que animan a celebrar y disfrutar, pero también a canalizar porque si no las procesamos adecuadamente y las utilizamos para hacer sentir mal a los perdedores, la agresión puede hacerse presente al provocar sentimientos de rechazo, envidia, rabia…
Es importante aprender a volar, pero también aprender a caer para descubrir nuestras posibilidades, nuestra capacidad para reponernos y superar la frustración y salir fortalecidos de la adversidad.
Sam Keem en su libro Aprende a volar comenta que, seducido por su pasión como trapecista y su deseo de aprender a volar, se había olvidado de un principio fundamental, aprender el arte de caer.
En otras palabras, prepararse para el fracaso, para asumirlo con dignidad y como parte del proceso de aprendizaje.
Cuando vivimos un fracaso, una serie de emociones nos atrapan: rabia, miedo, desencanto, tristeza, etc. porque no pudimos lograr lo que tanto soñábamos, a pesar de toda la energía, recursos y esfuerzos puestos en ello. Las expectativas que teníamos, condimentadas por la imaginación, de pronto por un resultado no esperado. Todo lo que parecía colorido se vuelve gris, turbio. Sentimos que se derrumban todas las esperanzas, anhelos, proyectos.
¿Qué podemos hacer para superar la derrota?
Lo primero es reconocer y ponerle nombre a las emociones para aceptarlas “Tengo rabia, me siento triste, tengo miedo…” Identificarlas, reconocerlas, permite tomar el control. No es conveniente reprimirlas, evadir la realidad, porque lo más seguro es que nos hagan una mala jugada y, cuando menos imaginemos, por un determinado estímulo, explotaremos y actuaremos violentamente, esa explosión emocional cuando se da por dentro nos enferma.
Otra forma de evadirlas es a través de las adicciones. Nos permiten “olvidarlas” por momentos; pero seguirán ahí, esperando la ocasión para revelarse
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El duelo es un proceso que, en la medida que lo vivamos conscientemente, lo podemos superar. Comunicarnos, compartir los sentimientos con otros, nos permite hacer catarsis, desahogamos, soltar eso que nos duele, quema o irrita por dentro. Si no logramos desahogarlo, seguramente se afectará nuestra salud física o emocional. La tristeza puede convertirse en depresión, el temor en pánico, la rabia en un problema digestivo. Para prevenirlo o abordarlo, si no podemos solos, es importante buscar ayuda profesional.
La vida está signada por éxitos y fracasos. Unas veces somos vencedores otras perdedores. Son las oportunidades para ver coronado nuestro esfuerzo o el llamado a revisar qué nos revela el fracaso, qué nos enseña para que la reflexión y la autocrítica nos permitan rectificar con humildad y apertura de corazón.
Seguimos creciendo juntos
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