Por: Óscar Misle, @oscarmisle
Recuerdo una visita que hicimos a la maestra Raíza. Nos sorprendió que el aula estuviera organizada de forma diferente. Los estudiantes estaban sentados en pupitres colocados en pequeños círculos. Entre risas y acalorados comentarios compartían lo que habían escrito en sus diarios “Lo que traigo en mi morral”, así lo bautizaron.
Partían de una situación que habían vivido, desagradables o no, y lo que habían hecho para transformarla. Contaban las situaciones vividas e identificaban por qué les resultaban interesantes, placenteras, tristes o molestas. La actividad, no nos la explicó Raíza, fueron los mismos niños y niñas quienes con mucho entusiasmo compartieron sus vivencias.
Todos los días dedicaban la primera media hora para compartir, verse los ojos, reír, a veces llorar y apoyarse mutuamente. Raíza incorporaba en sus clases los relatos para motivar reflexiones que relacionaba con las materias del día. Su idea no era convertir el aula en un grupo psicoterapéutico, dejando de lado los compromisos académicos. Era darle vida al aprendizaje.
En una colorida cartelera se exhibían fotos de perros, gatos y uno que otro animalito doméstico. Eran sus mascotas. Estaban identificadas con su nombre y acompañadas con una frase amorosa del dueño, en este caso de los estudiantes.
Partía de lo que significaba la crianza y cuidado de las mascotas para hablar del amor, la vida, la protección, la responsabilidad, el compromiso, las enfermedades, los accidentes, la muerte y los duelos…
Con emoción nos decía: “No tienen idea como ha cambiado el clima escolar. Ha bajado de forma significativa la violencia en el aula. Me he dado cuenta que si los educadores aprovecháramos ese fascinante pero retador proceso de convivir, que no es otra cosa que expandir lo que somos, sentimos, pesamos y soñamos. Lograríamos fortalecer desde los primeros años los vínculos para lograr la conexión a través de la empatía”.
Ese ponerse en lugar del otro, no es solo para contactar lo que siente, sino para acompañarlo en sus alegrías, tristezas, sueños… En ese acercamiento descubriríamos que las emociones son la paleta de pintura que colorea nuestras relaciones. Nos revelan mucho de lo que somos y sentimos.
Raíza nos mostró que a convivir se aprende, tal y como lo dice la UNESCO. Aprender a convivir requiere cocimientos y estrategia que posibiliten darle contenido práctico a la solidaridad, cooperación, respeto, tolerancia para que no se queden en definiciones huecas que se memorizan pero no se aplican.
El clima escolar se siente cálido cuando las aulas dejan de ser jaulas para convertirse en espacios en los que se respire y sienta la vida. Una posibilidad para que los conflictos sean oportunidades para aprender a solucionarlos de forma pacífica. Momentos educables donde se aprende de los errores y la democracia se vive con el ejemplo.
Seguimos creciendo juntos
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yo conozco a la maestra "silencio", ella es silencio y su salón es silencio.Un hermoso valor en el aula de clase
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