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lunes, 30 de junio de 2014

LA TRISTEZA SE VISTE DE RABIA


Por: Óscar Misle, @oscarmisle


La tristeza se viste de rabia
Un cuento de la realidad. (Créditos: Shutterstock.com)

Nos cuenta Jorge Bucay, que en un reino encantado en donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde transitan eternamente sin darse cuenta.
En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas. Había un estanque maravilloso. Una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...

Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse, haciéndose mutua compañía, la tristeza y la rabia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas entraron al estanque.

La rabia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se bañó rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua. Pero la rabia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró...Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza, y así vestida de tristeza, la rabia se fue.

Muy calmada y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho, sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la rabia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la rabia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta rabia que vemos es solo un disfraz, y que detrás del disfraz de la rabia, en realidad... está escondida la tristeza.
Este cuento nos pone a pensar en cuantos comportamientos violentos de los niños  no estarán disfrazando una profunda  tristeza.

En un encuentro de formación con un grupo de familias en Caracas,  a las siete de la mañana, antes de entrar  al salón de reuniones,  nos tocó ser parte de “una marcha”. Ese recorrido que hacen los estudiantes, con sus rostros somnolientos, para entrar  a sus  salones de clase.

Esas aulas que más bien parecen jaulas, pintadas de gris, del mismo color y olor de esa educación descolorida que no llega al corazón, alejada de la vida, donde  solo se vale memorizar y poco se valora el sentir, disentir,  crear, opinar y soñar.
 A esas aulas-jaulas, tenían que entrar los estudiantes arriados como ovejas por el docente de turno, quien también llevaba su carga a cuestas. Cada estudiante cargaba o arrastraba su morral o mochila. De tanto llevarlo a cuesta se convertía  en una ventosa, de diferentes tamaños, colores, marcas, pesos, texturas, modelos… Nos surgió la pregunta ¿Qué traerán en ese morral? no nos referimos  a cuadernos, lápices. 

Cuántos miedos, rabias, frustraciones, tristezas, alegrías, sueños, teñidos por emociones y sentimientos que dejaron heridas producto de  perdidas, duelos, enfermedades de familiares, divorcios, sentimientos y emociones  atrapadas en ese morral existencial, arrastrado mecánicamente, para meterse en su jaula, perdón, en el aula, posiblemente hacinada de pupitres, sin tiempo ni espacio para compartir e intercambiar lo que viven, sienten, piensan…

Seguramente la tristeza protagonizará vestida de rabia o la rabia despistará por la aparente tristeza. Las etiquetas, estigmas, prejuicios no permitirán que las niñas y los niños puedan mostrar los que realmente sienten por miedo al rechazo, la agresión y discriminación.

Seguimos creciendo Juntos 



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