Por: Óscar Misle, @oscarmisle
En estos momentos por los que atraviesa el país necesitamos sentir el amor de nuestros seres queridos. Sabemos que nos quieren, pero ahora más que nunca necesitamos sentirlo
En nuestra experiencia de trabajo con niños y adolescentes es común constatar lo solos que se sienten emocionalmente en los momentos en que surgen los conflictos. Recuerdo que en una actividad con estudiantes de 5to grado (10 a 11 años), uno de los niños se levantó y dijo: “Esas actividades formativas que ustedes hacen no deberían hacerlas solo con nuestras familias, tendrían que realizarlas con nuestras nanas o las señoras que trabajan en nuestras casas. Son ellas quienes nos cuidan y con quienes pasamos la mayor parte del día. Mi papá cuando llega me encuentra dormido. Mi mamá cuando regresa del trabajo solo tiene tiempo para darnos la comida y mandarnos a dormir, casi no hablamos”. El resto del grupo asintió con la cabeza.
Sabemos que detrás de la soledad puede estarse gestando la herida del abandono, esa sensación de no sentirse querido, atendido e invisible emocionalmente. Valdría la pena preguntarle a nuestros seres queridos si se sienten amados. En un primer momento quizás respondan que sí, y argumentaran que no les falta lo necesario; pero posiblemente en el fondo sienten que carecen de lo esencial.
Ciertamente en momentos de crisis nuestro estado emocional nos rapta y no hacemos otra cosa que pensar en lo que está sucediendo afuera y descuidamos lo que pasa en la intimidad del hogar. Sabemos que cuando más necesitamos expresiones de amor es en los momentos difíciles, en esas circunstancias en las que nos sentimos solos, con miedo o impotencia porque lo que sucede escapa de nuestro control.
Son esas circunstancias en las que nuestros hijos necesitan sentirse protegidos, en un clima que les haga sentir que a pesar de las situaciones adversas estamos unidos para apoyarnos. Seguramente en nuestra historia personal, cuando hemos tenido crisis por separaciones, duelos, diagnóstico de una enfermedad personal o de algún ser querido, pudimos superar el tsunami emocional gracias a la presencia de amigos y familiares que nos apoyaron y acompañaron e hicieron que nos sintiéramos queridos en esas situaciones adversas.
Son las situaciones difíciles las que nos permiten crecer, personal y socialmente, nos permiten descubrir nuestras fortalezas e inclusive sirven de “cable a tierra” para tocar realidad, en un momento en el que la frivolidad, la vida light y el confort. Lo instantáneo no nos da la respuesta que necesitamos, debemos recurrir a otras fuentes como la fe, el esfuerzo y el compromiso para movilizarnos y salir de nuestra zona de confort y, con dolores de parto, descubrir quién soy, para dónde voy y con quiénes. Sin dejarnos llevar por cantos de sirenas que lo que logran es generar muchas frustraciones
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Todo en la vida pasa, ser optimista no es desprendernos de lo que acontece, creando una ilusión o fantasía que se estrella muy rápido de la realidad. Ser optimista es tener la capacidad de leer las señales que nos muestra el entorno para tomar el timón, con mapas de navegación ajustado a la realidad y posibilidades, para generar cambios personales y sociales que se sustenten con la perseverancia y la convicción de que todo cambia en la medida que cambiemos y asumamos el compromiso de seguir tras nuestros objetivos y sueños. Nadie, por más poder que tenga, nos los puede castrar. Cuando descubrimos nuestro poder interior la adversidad se convierte en una oportunidad y posibilidad de transformación que no tiene vuelta atrás.
Seguimos creciendo juntos
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