El condón emocional a diferencia del otro preservativo que, irresponsablemente muchos se resisten a utilizar, lo usamos permanentemente y nos resistimos a abandonarlo tanto que puede convertirse en una segunda piel.
Cuando vemos a algún ser querido o cercano expresar sus sentimientos, inmediatamente, movidos sin duda por el amor, hacemos lo imposible por cambiarle la frecuencia y sintonizarlos en un canal diferente, en otras palabras, los estimulamos a reprimir su emoción.
Tratamos de “preservarlos” inventando algo que distraiga su emoción para que no sufra, para que no se altere y para que no llore. Sin darnos cuenta lo que hacemos es ahogarlos en su propio caldo, que pudiese ser muy nutritivo para su crecimiento emocional; pero nuestros miedos tienen más poder que nuestras intenciones.
El libro El Caballero de la armadura oxidada del Robert Fisher, con más de un millón de copias en todo el mundo, ha tenido gran impacto en personas de todas las edades, sexos y contextos; refleja el proceso de cambio de un ser humano que No expresaba sus sentimientos debió al dolor y la soledad, sienten como se rompe su armadura hasta ponerlo de rodillas y con la frente pegada al suelo para que por primera vez su corazón estuviera por encima de la razón.
En nuestro caso no es una armadura, es un condón. Un protector transparente que da la sensación de no estar porque no se ve, pero se evidencia cuando forra nuestras heridas, sentimientos y emociones… especialmente, cuando el momento íntimo se aproxima y nos da terror la posibilidad de quedar al descubierto. Es ese instante en el que el miedo protagoniza lo que realmente somos, nuestras debilidades y vulnerabilidades. Nos aterra que nos abandonen o dejen de amar.
Cada herida emocional tiene un condón que se adhiere a su forma y tamaño. Aprendemos a utilizarlo desde nuestro nacimiento cuando somos heridos en los lugares en los que tendríamos que sentirnos más seguros y protegidos, paradójicamente, eso ocurre cuando estamos bajo el techo de las personas que más amamos.
Con el pasar de los años, nos vamos anestesiando emocionalmente para evitar conectar el dolor, la tristeza y la rabia. Nos acompaña el miedo de expresar lo que sentimos. Este condón no es de látex, está fabricado de miedos con los aditamentos de vergüenza y la culpa.
Nuestras heridas nos recuerdan que tenemos dientes y mordemos, o nos mordemos internamente cuando fuimos heridos por el rechazo, el abandono, la humillación, la traición, las injusticias, la indiferencia y terminamos amando más a quienes no nos aman por no haber sido amados por quienes amamos.
Ahora que finalizamos el año y hacemos ese inventario del que no escapa el amor, valdría la pena revisar hasta que punto nuestro condón emocional no nos permite mostrar el corazón a nuestros seres queridos para resonar y mostrar lo que somos, pensamos, sentimos y soñamos.
¡Feliz Año!
Seguimos Creciendo Juntos
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