Óscar Misle
Hasta la próxima resonancia
Le dije a johan, eso último que me contaste me hace pensar en una buena propuesta, pídele a tu papá que abra la puerta del closet para que vea si hay o no un monstruo. Johan me respondió: ¿Y si me descubre y se da cuenta que no está?, más nunca va a venir a mi cuarto a acompañarme. Ese monstruo era su cómplice para llamar la atención de su papá.
Después de un tiempo, la mamá me contó que una noche el niño comenzó a gritar para que vinieran a liberarlo del monstruo. El papá fue al closet, fingió ver al monstruo y lo reprendió, lo mando a salir de la habitación y le dijo ¡No vuelvas a venir a molestar a johan!, yo estoy aquí para protegerlo, cuidarlo y quererlo…El niño, con cara de picardía y satisfacción, por el heroísmo de su papá, lo abrazo y le dijo “Papá vas a cumplir todo lo que le prometiste al monstruo? el papá le dijo que si y johan muy emocionado lo abrazo.
El papá de johan era un hombre obsesionado por el trabajo, llegaba a la casa cuando todos estaban dormidos. Los fines de semana los utilizaba para estudiar, investigar, hacer informes…estaba demasiado ocupado y no tenía tiempo para el amor. Afortunadamente johan consiguió un monstruo que le devolvió a su papá.
Cuantas veces necesitamos inventar historias, generar enfermedades, pretextos... para decirle a nuestros seres queridos: “Aquí estoy” pero sus preservativos emocionales se revisten del “aquí no está pasando nada” Para hacer como esa triada de monitos que utilizan sus manos, uno para taparse sus ojos, el otro los oídos y el tercero la boca para no ver, escuchar ni hablar.
Asombra cuando escuchamos las historias de familiares y parejas que se sorprenden cuando descubren que su hijo o hija tiene años consumiendo alcohol o drogas, o la pareja que tiene años con un amante, o la hija adolescente ha tenido dos abortos y ni te enteraste ¿Dónde estábamos cuando sucedió todo esto?
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