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jueves, 21 de julio de 2011

DISCAPACIDAD EMOCIONAL MASCULINA

Oscar Misle

La primera  vez  que  escuche lo de discapacidad emocional del varón,  no puedo  negar que me chocó, lo sentí como peyorativo. Me pregunté ¿por qué  me afecta  tanto?.  Investigando, encontré que discapacidad   es cualquier restricción o impedimento de la capacidad para realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera deseable para el ser humano.

La discapacidad se caracteriza por las insuficiencias en nuestras respuestas psicológicas, sensoriales o de cualquier otro tipo. Dentro de esos  “otros tipos”  está  las insuficiencia  para  aceptar y expresar las emociones. En ese momento  reconocí  que tenía  una discapacidad  emocional.

Fue  tal  el impacto, que comencé a revisar  mis reacciones y me di  cuenta lo  difícil que me resultaba  reconocer  en mí emociones  como la  tristeza y aceptarla  sin confundir ese sensación con enfermedad. Cuando  me sentía triste creía  que estaba enfermo, no podía  aceptar  que ese desgano, apatía, desmotivación  fuese una  emoción  valida, propia del ser  humano, que se detona cuando  las  cosas no van de la forma  que esperamos, o surgen acontecimientos  no previstos  que nos  generan dolor  por perdidas,  humanas o materiales.

En este  proceso  de asumir  “mi barranco” me encontré  con el miedo y  como diría Walter Riso, el miedo al miedo. Un hombre miedoso no es bien visto  socialmente. El hombre debe ser valiente, no al azar,  somos los  que  vamos a la guerra, los  que  debemos defender  a la familia, responder cuando somos  atacados…

Como  hombres vivimos el miedo  en silencio, tratando de  convencernos a nosotros mismo  que no lo sentimos, olvidando que el miedo es la emoción que nos permite defendernos de las amenazas del entorno, poner los límites para no ser agredidos.

Eso no  quiere decir que el miedo asumido  no deje de  generar  esa sensación de angustia, duda y en casos extremos terror, pánico… mientras  más lo  reprimimos  y neguemos,  mayores serán los estragos que  produce dentro de  ese  caparazón masculino  que  esconde  nuestra vulnerabilidad y fragilidad humana, enmascarada, pero no  por ello, muy necesitada de reconocimiento  y atención, en otras palabras, de amor

Hasta la próxima resonancia

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