Óscar Misle
La emoción habla a
través de sensaciones y reacciones que afectan positiva o negativamente
nuestro comportamiento.
Nuestro mundo afectivo no
está pintado con colores simétricamente separados.
En el lienzo de la vida
los colores se mezclan, podemos estar sorprendidos y alegres, tristes y
tener rabia.
No es fácil definir una
emoción, ha sido mucho lo que se ha dicho. Resulta complicado descifrar
algo que es tan íntimo y personal. Sabemos que aunque se expresan
orgánicamente no son solo respuestas fisiológicas.
Ramiro Calle lo expresa
muy bien cuando nos dice que una lágrima no es solo un líquido que
contiene sal, fósforo… Es una gota en la que hay sentimiento, vida, bien
sea de alegría o dolor.
Desde que existimos las
emociones son respuestas que surgen de forma inesperada y nos delatan
cuando enrojecemos por rabia o vergüenza, temblamos por el miedo, nos
excitamos frente una imagen erótica.
Implotan y explotan
Cuando las reprimimos
explotan y agredimos o implotan y nos enfermamos. Para Daniel Goleman las
emociones son impulsos para actuar esos planes instantáneos que nos
permiten manejar nuestra vida en el proceso evolutivo que transitamos
todos y durante toda la existencia.
Cada emoción tiene
un objetivo que cumplir, cuando estamos asustados nos paralizamos, para
que en ese instante podamos decidir lo que debo hacer, si enfrento o
escapo, es la alarma que pone a nuestro cuerpo en alerta. Si agarramos una
rabieta, el corazón se pone a millón, y una descarga de adrenalina nos
llena de la energía necesaria para responder con fuerza.
Cuando nos sentimos
contentos, gracias a las endorfinas, nos embriaga una sensación de bienestar.
Aumenta la energía y nos sentimos motivados para hacer lo que nos
proponemos. La tristeza, “nos pone de parada” hay un descenso en nuestro
ritmo metabólico. Baja la energía y en ese “apagón” no nos queda otra que
detenernos por los efectos de la desilusión o la pérdida.
Los seres humanos
transformamos en ira muchos de nuestros sentimientos por fatiga, frustración,
impotencia, culpa, decepción, rechazo, injusticias.
Apagón emocional
Podemos esconder el miedo
en silencio, tratando de convencernos que no lo sentimos, olvidando que
esa emoción nos permite defendernos de las amenazas del entorno, poner
límites para no ser agredidos. Eso no quiere decir que el miedo asumido no
deje de generar, en momentos y bajo ciertas circunstancias, angustia,
ansiedad y en caso extremos terror y pánico.
En mi
libro “Heridas que muerden, heridas que florecen” hago referencia a esos sucesos que te cambian la vida. Recordé
al padre José Godoy, un sacerdote
salesiano con quien compartí en mis años
de adolescente en un grupo en el que realizábamos actividades recreativas,
deportivas y artísticas con niños, y adolescentes de un sector popular caraqueño.
En una de las reflexiones grupales nos
contó que en su pueblito Timotes, ubicado en el páramo andino, cuando
los sorprendía un apagón, todo se oscurecía. El percance los obligaba
a encender velas, y con esa tenue luz empezaban
a buscar la avería
Eso lo puso en evidencia el
coronavirus. Todo parecía estar “bien” hasta que nos sorprende “un apagón
emocional”. Un suceso que nos pone en penumbra revelándonos como la vida puede cambiar de un momento a otro, sin previo
aviso, donde poco nos sirven las certezas, la soberbia, las arrogancias y vanidades... Lo que nos
queda como cierto, es un ser ablandado
por la vulnerabilidad que necesita conectarse con esa realidad.
Con
frecuencia escuchamos es que ese apagón
emocional nos invita a conectarnos con
lo esencial. Es eso que te hace mirar para arriba y al frente cuando estás
atrapado en la sombra. Eso que te saca de
tu zona de confort. Es lo que te
hace volcar los ojos al interior, cuando están encandilados por las
seducciones del exterior, las alucinaciones del éxito, el gusto por
el poder y te das cuenta de todo eso que nos atrapa desde afuera.
Pero también
cuando nuestra fe y esperanza quedan
secuestradas por lo complicada, inhumana y violenta que se ha tornado la
precaria situación del país.
Sin entrar en
complejas definiciones filosóficas, podemos decir que lo esencial se nutre de detalles que nos conectan con nuestros seres queridos, a través de una llamada, un correo
electrónico, un mensaje de texto, una
visita, una mirada que muestra esa sonrisa que se dibuja detrás del tapaboca para enviar señales de amor y presencia por la
simple necesidad y placer de hacerlo.
Lo esencial
también está representado por momentos que nos hacen escuchar lo inaudible, ver
lo invisible, expresar lo inexpresable
con palabras pero si con gestos, desde lo que somos; pero eso requiere
quitarnos el condón emocional. Se dice fácil pero
es complicado en esta sociedad tan maltratada por la violencia,
indolencia, intolerancia, resentimientos. Las heridas emocionales comienzan a
morder y preferimos preservarlas asfixiándolas
en el preservativo emocional
Un apagón como el que estamos viviendo, puede
ser una oportunidad que nos advierte que debemos observar lo que al
principio no se ve en la oscuridad para
descubrir, como en las penumbras, se empiezan a revelar formas que nos dan señales que,
poco a poco, encontraremos entre las sombras la luz
y con ella la avería que generó el apagón y lo que podemos hacer.
La “avería” hay que reconocerla, asumirla para transformarla. Repararla es un trabajo nada fácil. Es un proceso que exige reconocer y abrazar el dolor, los miedos, las dudas y todo lo que ello implica.
En esta cultura en la que todo se quiere de forma rápida, instantánea, tomando atajos, la vida se encarga de ponernos de parada. Nos coloca en el hombrillo. Nos pone a vivir procesos que no podemos controlar desde afuera, que requieren mirar nuestro interior para atender esas heridas que posiblemente estén enconadas o infectadas y que exigen ser atendidas, limpiarlas con amor y compasión. Un proceso doloroso pero necesario para que nuestras heridas puedan florecer.
Hasta la próxima resonancia
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