Óscar Misle
“Ayer perdí en el partido de futbol, me sentí “burda” de mal, aunque hice lo que pude, no podía borrar la cara de mi viejo. Me miraba desde la grada decepcionado por los goles que en tres oportunidades fallé. No fue por falta de entrenamiento aunque seguro eso pensará mi papá” (Jorge 15 años).
Vivimos en una sociedad marcada por rivalidades, tensiones, exclusiones. La diversidad no se reconoce como valor.
Por otra parte la escuela no ayuda a formar para la administración de éxitos y fracasos. Cuando se obtiene un triunfo, por ejemplo en el deporte, se generan una serie de emociones: alegría, euforia, excitación…que animan a celebrar y disfrutar, pero también a canalizar porque si no se procesan adecuadamente y se utilizan para hacer sentir mal a los perdedores, la agresión puede hacerse presente al provocar sentimientos de rechazo, envidia, rabia…
Es importante aprender a volar, pero también aprender a caer para descubrir nuestras posibilidades, nuestra capacidad para reponernos y superar la frustración y salir fortalecidos de la adversidad.
Sam Keem en su libro Aprende a volar comenta que, seducido por su pasión de ser trapecista y su deseo de aprender a volar, se había olvidado de un principio fundamental, el aprender el arte de caer.
En otras palabras, prepararse para el fracaso, para asumirlo con dignidad y como parte del proceso de aprendizaje.
Cuando vivimos un fracaso, una serie de emociones nos atrapan: rabia, miedo, desencanto, tristeza, etc. porque no pudimos lograr lo que tanto soñábamos, a pesar de toda la energía, recursos y esfuerzos puestos en ello. Las expectativas que teníamos, condimentadas por la imaginación, de pronto por un resultado no esperado, todo lo que parecía colorido se vuelve gris, turbio. Sentimos que se derrumban todas las esperanzas, anhelos, proyectos.
¿Qué podemos hacer para superar la derrota?
Reconocer y ponerle nombre a las emociones para aceptarlas “Tengo rabia, me siento triste, tengo miedo…” Identificarlas, reconocerlas, permite tomar el control. No es conveniente reprimirlas, evadir la realidad, porque lo más seguro es que nos hagan una mala jugada y, cuando menos imaginemos, por un determinado estímulo, explotaremos y actuaremos violentamente, esa explosión emocional cuando es por dentro puede enfermarnos.
Estar atentos a los evasores. Como por ejemplo las adicciones. Permiten “olvidarlas” por momentos; pero las emociones seguirán ahí, esperando la ocasión para revelarse.
Es un proceso. En la medida que se viva conscientemente los sentimientos que produce la derrota, se pueden superar. Comunicarse, compartir los sentimientos con otros, hacer catarsis, desahogarse, soltar eso que duele, quema o irrita por dentro. Si no se logra desahogarlo, seguramente se afectará la salud física o emocional. La tristeza puede convertirse en depresión, el temor en pánico, la rabia en un problema digestivo. Para prevenirlo o abordarlo, si no podemos solos, es importante buscar ayuda profesional.
La vida está signada por éxitos y fracasos, unas veces somos vencedores otras perdedores. Son las oportunidades para ver coronado nuestro esfuerzo o el llamado a revisar qué nos revela el fracaso, qué nos enseña para que la reflexión y la autocrítica nos permitan rectificar con humildad y apertura de corazón.
Si bien es cierto que Jorge no ganó el partido de futbol y eso le generó rabia tristeza, frustración, emociones y sentimientos válidos, también es verdad que en tres momentos estuvo a punto de marcar un gol. Fue posible gracias al entrenamiento, constancia, esfuerzo y pasión que evidencia al patear el balón, aunque la arquería diga lo contrario.
Hasta la próxima resonancia
No hay comentarios:
Publicar un comentario