Por: Óscar Misle, @oscarmisle
La primera vez que escuché lo de discapacidad emocional del varón, no puedo negar que me chocó, lo sentí como peyorativo. Me pregunté ¿por qué me afecta tanto? Investigando qué se entiende por discapacidad encontré que es cualquier restricción o impedimento de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera deseable para el ser humano.
La discapacidad se caracteriza por la insuficiencia en nuestra respuesta psicológica o de otro tipo. Y dentro de esos “otro tipo” está la insuficiencia para aceptar y expresar las emociones. En ese momento reconocí que tenía una discapacidad emocional.
Fue tal el impacto que comencé a revisar mis reacciones y me di cuenta lo difícil que me resultaba reconocer emociones como la tristeza y aceptarla como tal sin confundir esa sensación con una enfermedad. Cuando me sentía triste creía que estaba enfermo. No podía aceptar que ese desgano, apatía y desmotivación fuese una emoción válida, propia del ser humano, que se detona cuando las cosas no van de la forma que esperamos, o surgen acontecimientos no previstos que nos generan dolor por pérdidas humanas o materiales.
En este proceso de asumir “mi barranco” me encontré con el miedo y cómo diría Walter Riso, el miedo al miedo. Un hombre miedoso no es bien visto socialmente. El hombre debe ser valiente, no al azar son los que van a la guerra, los que deben defender a la familia, responder cuando son atacados…
Como hombres vivimos el miedo en silencio, tratando de convencernos a nosotros mismos que no lo sentimos, olvidando que el miedo es la emoción que nos permite defendernos de las amenazas del entorno, poner los límites para no ser agredidos. Eso no quiere decir que el miedo asumido no deje de generar esa sensación de angustia, duda y en caso extremos terror, pánico…
Mientras más lo reprimimos y lo neguemos mayores son los estragos que produce dentro de ese condón emocional masculino que cubre su vulnerabilidad y fragilidad humana, tan escondida pero no por ello deja de estar presente y necesitada de reconocimiento y atención.
Muchas de las heridas del varón están marcadas por la culpa, por no saber ni poder expresar nuestras emociones. La única emoción que podemos expresar es la rabia, no al azar las estadísticas de violencia están encabezadas por varones. Las heridas comienzan a morder cuando no somos capaces de alfabetizarnos emocionalmente para que las heridas que muerden florezcan, título de mi último libro que nos muestra que ese proceso debe iniciarse desde los primeros años. ¡Sentir sí es cosa de hombres!.
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