Por: Óscar Misle @oscarmisle
En una sesión de trabajo con adolescentes, Gaby (16 años) se mantenía callada mientras sus compañeros se quejaban del control que ejercían sus familias sobre ellos. Entre sus molestias, contaban lo impaciente que se sentían con las llamadas y los mensajes de textos que reciben en cada momento. Padres que se dedican a preguntar en “dónde y con quién estas”.
Gaby intervino y con los ojos llorosos les dijo: “Que suerte tienen ustedes de tener a alguien pendiente de dónde están. Mi familia no sabe con quién estoy en estos momentos. Siento que no les importo, que no existo en sus vidas”.
Un profundo silencio se apoderó del salón y las lágrimas de Gaby tocaron el corazón de más de uno de los integrantes del grupo.
Daniel (15 años), comentó: “Venimos de estilos de crianza diferentes. Está el autoritarismo. Utiliza la amenaza y el miedo para corregirnos, con exceso de normas; mucho control y poco apoyo. Eso lo que genera es temor, inseguridad y desamor”.
Gaby interviene de nuevo: “A mí me tocó el otro extremo. Un hogar permisivo, en el que cada quien hace lo que quiere y como lo quiere. Siento que con esa forma de ser nos irrespetamos los unos a los otros”.
Aprovechando el clima del grupo, utilizamos el ejemplo de transitar una autopista y les pregunté: “¿Qué pasaría si no hubieran señales de tránsito?, ¿si no contáramos con avisos que indicaran o alertaran sobre la velocidad que hay mantener, la cercanía de un puente o un túnel, o de derrumbes en la vía?”
Rápidamente respondieron: “Chocamos, atropellamos a algún peatón; nos podemos ir por un barranco”. Relacionamos esta imagen con lo que significa transitar la vida. Si no tenemos claros los límites, podemos atropellarnos y atropellar a otros, con palabras o golpes.
Les comenté que los límites son derechos de los hijos, no de los padres. Es una de las formas de demostrarles amor y que puedan sentirse queridos.
Para Gaby, la inexistencia de límites la percibía como abandono y desinterés por parte de su familia.
Cuántas familias atendí en mi consultorio porque sentían que sus hijos e hijas se les habían ido de las manos. Algunas, venían de hogares muy autoritarios y tratando de hacerlo diferente se fueron al otro extremo.
También acudían las que tenían una vida tan ocupada que no les permitía dedicar a sus hijos atención y tiempo. La culpa tomaba el timón y la maquillaban con una crianza absolutamente permisiva. Con contradictorios argumentos justificaban su ausencia dejando que los hijos e hijas hicieran lo que les provocara en la casa, en la escuela o liceo, inclusive lo concebían como autonomía y libertad.
En esta tarea de educar, no basta la buena voluntad. Por repetir la receta, la violencia como medio puede ser la forma de corregir dejando heridas difíciles de borrar.
Seguimos creciendo juntos
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