Fecha: 11-08-2016
Por: Óscar Misle, @oscarmisle
Hace una semana viendo la obra de teatro “Terror” del escritor alemán y abogado penalista Ferdinand von Schirach, bajo la dirección de Héctor Manrique, cuenta la historia de un avión comercial con 164 pasajeros a bordo que es secuestrado por un terrorista con la intención de estrellarlo contra un estadio con 70.000 espectadores. Para impedirlo, un mayor del ejército alemán, decide derribar el avión, acabar con la vida de los pasajeros, vidas inocentes, para evitar una tragedia mayor.
En una de las conmovedoras escenas, un joven, que estaba sentado a mi lado derecho, comienza a llorar y su novia con la intención de calmarlo, le soba el brazo tratando de animarlo.
Cuando vemos a algún ser querido o cercano expresar sus sentimientos, inmediatamente, movidos sin duda por el amor, hacemos lo imposible por cambiarle la frecuencia y sintonizarlos en un canal diferente. En otras palabras, los estimulamos a reprimir su emoción
.
Tratamos de “preservarlos” intentando algo que distraiga su sentimiento, para que no sufran, para que no sientan, para que no se pongan bravos, para que no lloren.
En mi libro “Heridas que muerden, heridas que florecen” (Editorial Planeta), hago referencia al condón emocional. Ese protector transparente que da la sensación de no estar, porque no se ve; pero se evidencia cuando forra nuestros sentimientos, emociones… especialmente cuando el momento íntimo se aproxima y nos da terror esa posibilidad de quedar al descubierto.
Cada herida emocional tiene un condón que se adhiere a su forma y tamaño. Aprendemos a utilizarlo desde nuestro nacimiento cuando somos heridos en los lugares en los que tendríamos que sentirnos más seguros y protegidos, paradójicamente, cuando estábamos bajo el techo de las personas que más amábamos.
Con el pasar de los años, nos vamos anestesiando emocionalmente, para evitar contactar el dolor, la tristeza, la rabia. Puede llegar a convertirse en una segunda piel… Nos acompaña la dificultad de expresar lo que sentimos. Este condón no es de látex. Está fabricado y lubricado con la vergüenza y la culpa.
En la obra Terror el veredicto para decidir si el piloto es inocente o culpable, lo da el público con su voto, decisión que se tiñe de emociones encontradas.
A la salida de la sala se generan acaloradas discusiones entre los asistentes en las que la emocionalidad hace lo suyo. Hay quienes optan por el silencio, otros por justificar y defender su decisión, otros juzgan…El hecho es que los razonamientos se tiñen de emociones y hacen que la objetividad y subjetividad se entremezclen en una danza compleja y en algunos casos contradictoria. Los condones emocionales se liberan con la sentencia. Podemos decir que la puesta en escena logra sacarnos de la anestesia emocional.
Seguimos creciendo juntos
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