Formar a los niños para la democracia y el uso adecuado, su libertad dista mucho de ese empoderamiento distorsionado en el que sienten que solo importan sus intereses y necesidades pasando por encima de los demás
Fecha: 04-08-2016
Por: Óscar Misle, @oscarmisle
Los límites bien entendidos y asumidos dan seguridad emocional y posibilitan saber que esperar, les permite sentir que las personas adultas se preocupan y están pendientes de su cuidado y protección por lo tanto se sienten amados y protegidos.
Este enfoque de los límites promueve:
La sana convivencia. Está claramente definido lo que favorece las relaciones y el respeto hacia sí mismo y a los demás.
El aprendizaje social. Aprenden a convivir, que los demás también tienen derechos, que la sociedad tiene normas que si se cumplen y hacen cumplir, la convivencia tendrá claras las “reglas del juego”.
Desarrollo del autocontrol. Posibilitan que progresivamente logren controlar sus impulsos, respetar a los demás, manejar los sentimientos de fracaso y frustración.
¿Cómo deben ser?
Lógicos: un medio para lograr el fin de convivir; la norma por la norma, en vez de ayudar, entorpece. Hay que preguntarse si el acuerdo tiene sentido para las relaciones y la convivencia. Por ejemplo, no podemos exigirles a los niños que no jueguen porque pierden tiempo. Jugar es clave para el conocimiento de sí mismos y el de los demás. Lo que si se debe pautar es el horario, lugar y condiciones.
Seguros: es nuestro deber establecer límites que no atenten contra su dignidad, los derechos humanos y su seguridad. Por ejemplo, no se les puede exigir a los pequeños de la casa que ayuden en tareas del hogar, pueden estar en riesgo de accidentes.
Precisos: no deben ser excesivos, es necesario preguntarnos: ¿qué es lo esencial que queremos lograr para poder priorizar? Si son demasiados en cantidad y exigencia, podemos generar confusión o parálisis.
Claros: deben comprender el alcance de las pautas. Es necesario chequear si las entienden y las pueden poner en práctica.
Justos: deben ser acordes a su edad y su condición. No podemos establecer pautas para todas las edades por igual, recordemos que lo que funciona con un hijo, no necesariamente funciona con los otros. Tienen temperamentos diferentes.
Razonados: desde los 2 años debemos explicarles el por qué se debe cumplir con cada pauta, con un lenguaje sencillo, directo y adecuado a su momento de desarrollo.
Flexibles: hay momentos y circunstancias especiales que ameritan considerar el cambiarlos, revisarlos o postergar un acuerdo porque hay razones para ello.
Oportunos: la negativa y las censuras permanentes, le quita fuerza a un "No" en un momento importante.
Equitativos: las pautas o acuerdos no buscan facilitarle la vida a la persona adultas sino que posibilita a nuestros hijos que puedan aprender a convivir, poniendo en práctica la justicia y la inclusión social.
Coherentes: el ejemplo es fundamental, si le decimos una cosa y hacemos otra... Las personas adultas somos un modelo a seguir para nuestros hijos. La mejor manera de enseñar pautas para convivir es practicándolas en nuestra vida. Como dice el dicho: "Un hecho vale más que mil palabras".
Seguimos creciendo juntos
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