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jueves, 27 de octubre de 2016

LOS LÍMITES EN EL CONVIVIR

Formar a los niños para la democracia y el uso adecuado, su libertad dista mucho de ese empoderamiento distorsionado en el que sienten que solo importan sus intereses y necesidades pasando por encima de los demás

Fecha: 04-08-2016



Los límites en el convivir
Saber cómo poner límites es lo importante. (Créditos: Archivo)
Por: Óscar Misle, @oscarmisle


Los límites bien entendidos y asumidos dan seguridad emocional y posibilitan saber que esperar, les permite sentir que las personas adultas se preocupan y están pendientes de su cuidado y protección por lo tanto se sienten amados y protegidos.
Este enfoque de los límites promueve:

La sana convivencia. Está claramente definido lo que favorece las relaciones y el respeto hacia sí mismo y a los demás.

El aprendizaje social. Aprenden a convivir, que los demás también tienen derechos, que la sociedad tiene normas que si se cumplen y hacen cumplir, la convivencia  tendrá claras las “reglas del juego”.

Desarrollo del autocontrol. Posibilitan que progresivamente logren controlar sus impulsos, respetar a los demás, manejar los sentimientos de fracaso y frustración.

¿Cómo deben ser?

Lógicos: un medio para lograr el fin de convivir; la norma por la norma, en vez de ayudar, entorpece. Hay que preguntarse si el acuerdo tiene sentido para las relaciones y la convivencia. Por ejemplo, no podemos exigirles a los niños que no jueguen porque pierden tiempo. Jugar es clave para el conocimiento de sí mismos y el de los demás. Lo que si se debe pautar es el horario, lugar y condiciones.

Seguros: es nuestro deber establecer límites que no atenten contra su dignidad, los derechos humanos y su seguridad. Por ejemplo, no se les puede exigir a los pequeños de la casa que ayuden en tareas del hogar, pueden estar en riesgo de accidentes.

Precisos: no deben ser excesivos, es necesario preguntarnos: ¿qué es lo esencial que queremos lograr para poder priorizar? Si son demasiados en cantidad y exigencia, podemos generar confusión o parálisis.

Claros: deben comprender el alcance de las pautas. Es necesario chequear si las entienden y las pueden poner en práctica.

Justos: deben ser acordes a su edad y su condición. No podemos establecer pautas para todas las edades por igual, recordemos que lo que funciona con un  hijo, no necesariamente funciona con los otros. Tienen temperamentos diferentes.
  
Razonados: desde los 2 años debemos explicarles el por qué se debe cumplir con cada pauta, con un lenguaje sencillo, directo y adecuado a su momento de desarrollo.

Flexibles: hay momentos y circunstancias especiales que ameritan considerar el cambiarlos, revisarlos o postergar un acuerdo porque hay razones para ello.

Oportunos: la negativa y las censuras permanentes, le quita fuerza a un "No" en un momento importante.

Equitativos: las pautas o acuerdos no buscan facilitarle la vida a la persona adultas sino que posibilita a nuestros hijos que puedan aprender a convivir,  poniendo en práctica la justicia y la inclusión social.

Coherentes: el ejemplo es fundamental, si le decimos una cosa y hacemos otra... Las personas adultas somos un modelo a seguir para nuestros hijos. La mejor manera de enseñar pautas para convivir es practicándolas en nuestra vida. Como dice el dicho: "Un hecho vale más que mil palabras".

Seguimos creciendo juntos


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