Una vez escuché que no somos nosotros quienes seleccionamos los libros. Son ellos los que nos seleccionan a nosotros. Tampoco fui yo quien seleccionó el título de mi más reciente libro, publicado con editorial Planeta Venezuela, Heridas que muerden, heridas que florecen. Fue él quien me seleccionó a mí. Convocó a mis heridas emocionales, la de los pacientes, amigos y familiares para que en sus páginas tomaran la palabra.
A través de él, veremos cómo transformaron sus heridas infectadas por el miedo, el dolor, la soberbia, la frustración y el resentimiento. Mordían por todo lo reprimido hasta que lograron florecer cuando alguna circunstancia, casi siempre inesperada, cambió la percepción que tenían de sí mismos y de lo vivido. Sus heridas empezaron a florecer por situaciones inéditas; pero profundamente humanas.
El condón emocional
Las heridas tienen su propio lenguaje: A veces son secuestradas por nuestro condón emocional. Un preservativo llamado miedo. Lubricado por la culpa y la vergüenza. Un condón que no nos deja intimar por el temor a que nos dejen de amar si nos mostramos tal cual somos.
Sabemos que las emociones son los altavoces de las heridas. Tenemos la posibilidad de reconocerlas y reivindicarnos con ellas para que la discapacidad emocional no nos anestesie y nos convirtamos en esclavos del desamor.
Si somos heridos en la crianza y en la educación, ¿por qué repitieron la receta utilizando métodos violentos? Seguramente nuestras heridas comenzarán a morder. Surgirá la disyuntiva, ¿nacemos violentos o lo aprendemos?, ¿cuál es el límite entre la sobreprotección y el abandono?.
Paradójicamente en los lugares en los que tendríamos que estar y sentirnos más seguros y protegidos por las personas que supuestamente nos tendrían que amar, nos agredieron y dijeron: “Te pego porque te quiero”. Esas heridas las llevamos a la escuela metidas en nuestros morrales. También están las heridas por duelos, traiciones, violencia intrafamiliar, adicciones y abandono, ¿qué pasó con ellas?, ¿Las pudimos ventilar, liberar, oxigenar? Cuando llegamos a nuestras casas con nuevas cargas ¿hubo espacio para compartir lo vivido o sufrido por las agresiones por bullying o acoso escolar u otras formas de violencia?
¿Y qué para con la pareja? Ese espejo que nos muestra eso que no queremos ver. ¿Por qué tanta soledad en compañía? ¿Qué sucede con el amor cuando la ilusión se convierte en desilusión?; ¿Qué hacer cuando descubrimos que el amor lo que tiene de miel lo tiene de hiel? .
El libro Heridas que muerden, heridas que florecen nos invita a navegar por los surcos de nuestras heridas hasta llegar a nuestro jardín interior, como diría mi amigo Carlos Fraga. Su lectura nos anima a digerir lo que pensamos, sentimos, para que nuestras heridas puedan florecer para madurar y crecer.
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