Por: Óscar Misle, @oscarmisle
Recuerdo en bachillerato a la profesora Domínguez. Parecía que leía lo que pensábamos y sentíamos. No era intimidatoria; pero tenía la capacidad de captar mucha información sobre los estudiantes y de colegas. Podía decodificar lo que pasaba por las palabras que utilizábamos, el tono de nuestra voz y la postura corporal. De pronto te sorprendía preguntándote: “¿Cómo te sientes?” Automáticamente respondíamos “bien, ¿por qué?” Sonreía, sabía que no decíamos la verdad, intuía que algo nos pasaba y lo ocultábamos.
La profe Domínguez, nos decía que los sentimientos y emociones eran un reflejo del pensamiento. Escuchaba atentamente lo que expresábamos, para demostrarlo parafraseaba lo que decíamos. Eso nos daba la grata sensación de sentirnos escuchados. Era una profesora muy especial. Cuando un estudiante se burlaba de otro, le decía: “Quizás a ti no te moleste ese comentario o broma, pero a él si le duele”.
Era la profesora guía. En cierta ocasión nos comentó que la empatía está relacionada con la compasión. Es necesaria para poder captar a fondo lo que sienten los demás. Con la empatía se puede conectar el dolor. La compasión, que no es otra cosa que vivir la pasión con el otro, abre puertas para dejar entrar al corazón al que sufre y brindarle apoyo en la medida de nuestras posibilidades.
Decía que muchos de los males que vivimos como sociedad se deben a que estamos anestesiados emocionalmente. Para estimular la empatía, colocaba imágenes de personas en diversas situaciones o nos invitaba a realizar dramatizaciones en las que se utilizaba solo el lenguaje corporal. Nos invitaba a observar a los personajes y que anotáramos lo que sentíamos o pensábamos sobre lo que estaban viviendo o padeciendo, prestándole mucha atención a sus gestos, movimientos, reacciones. Nos estimulaba a ponernos en sus zapatos para captar lo que sentían.
Siempre hacía énfasis en que mientras alguien habla, lo oímos pero no lo escuchamos, lo vemos pero no los observamos. Estamos más pendientes de lo que vamos a decir cuando termine de hablar. Nos distraemos con lo que está pasando en el entorno o de la película que empieza a rodar por la mente, mientras el otro se queda en un monólogo que nadie escucha, por lo tanto, la empatía queda saboteada por estas reacciones.
Todo lo resolvemos virtualmente, con un mensaje por las redes sociales, por el teléfono o con un ícono de una carita que expresa el estado anímico. La soledad, no la elegida, las otras soledades, las que sentimos por las pérdidas, el distanciamiento y la desconexión. Esa que sentimos aun viviendo en la misma casa o durmiendo en la misma cama. Esa soledad desolada nos envuelve en una sensación de frio interior que nos hace sentir invisibles.
En la medida que estimulemos la empatía desde los primeros años de vida, tendremos una sociedad menos indolente e indiferente al dolor del otro.
Seguimos creciendo juntos
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