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jueves, 6 de marzo de 2014

RESENTIMIENTO, PODER Y VIOLENCIA

Existen  dos posiciones entre las múltiples interpretaciones sobre el origen de la violencia: los que piensan que es algo connatural al género humano y que la educación consigue, a veces, domesticar; y los que consideran que los seres humanos somos por naturaleza pacíficos y es la sociedad la que nos transforma en seres violentos.

Van Rillaer considera que violencia no es sinónimo de agresividad; esta última forma parte de la condición humana, no es negativa en sí misma sino positiva y necesaria como fuerza para la autoafirmación física y psíquica del individuo o grupo.

La violencia es la ira en acción. Alice Miller nos coloca en una perspectiva que interpela, producto de las psicobiografías que estudió, como la de Hitler  y las de otros dictadores, autócratas que utilizaron el poder para vengar resentimientos por las heridas que  ocasionaron sus padres, familiares y personas significativas.

El común denominador de las posiciones de Miller consiste en demostrar cómo el resentimiento se vale de la venganza y cómo esta se desplaza a otros que recuerdan o representan a esos “seres queridos” o personas de poder que les generaron mucho dolor por sus  formas autoritarias e indolentes, en las que la empatía brillaba por su ausencia.     

VIOLENCIA EN NOMBRE DE LA PAZ

Cuántas personas sufren una metamorfosis cuando logran saborear el poder. Sus heridas enconadas, embriagadas por el estatus, posición jerárquica, se desnudan y comienzan a morder. En nombre del “amor” utilizan y justifican medios violentos para satisfacer sus intereses. Con la máscara de ideologías su verbo incendiario y actitudes  intimidatorias no se parecen al amor y la paz que proclaman.
  
En este mundo de contradicciones, de doble moral, crecen y se forman nuestros hijos. Como padres tenemos mucho poder. Somos más fuertes, tenemos un rol jerárquico y hay un vínculo de amor, componentes que  hacen que la  violencia logre herir con más fuerza y profundidad de lo que pensamos.

Es momento de revisar cuál es el país que queremos, con qué  tipo de relaciones, para que desde lo que somos, pensamos, sentimos, hagamos que nuestras heridas del resentimiento dejen de morder y florezcan a través del encuentro, respeto, solidaridad, justicia. Asumiendo que la verdad es, como diría Pedro Berroeta, un espejo roto, cada  quien tiene un pedazo en el que se refleja solo una parte de la diversidad, complejidad y riqueza que somos.

Por nuestra condición de seres humanos somos iguales, como personas diferentes y como  ciudadanos todos tenemos los mismos derechos. La felicidad está en manos de cada quien, nadie puede pretender, por más poder que ostente, decidir lo que me hace o no feliz. Es una búsqueda y conquista personal y social en la medida en que nos reconozcamos y nos aceptemos con nuestras diferencias y puntos de encuentro.

Seguimos Creciendo juntos     


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1 comentario:

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