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martes, 10 de agosto de 2021

SER PADRE EN CUARENTENA


Óscar Misle

 Desde los primeros años al varón se le estimula para la búsqueda y demostración de poder, estatus, éxito y reconocimiento social por lo que hace; y ese titánico esfuerzo lo va llevando poco a poco a postergar, no en pocos casos a ignorar, la atención de las necesidades emocionales y afectivas de sus seres queridos.

Su condón emocional bloquea sus sentimientos. El condón emocional, a diferencia del otro preservativo que irresponsablemente muchos se resisten a utilizar, lo usamos permanentemente y nos resistimos a abandonarlo tanto que puede convertirse en una segunda piel.

En el caso del padre, de tanto hacer, hacer, hacer, se llena de estrés, su corazón se anestesia y, sin darse cuenta, se va quedando solo, lleno de trabajo, de un silencio estéril que «distrae» con deportes, la política, el sexo.

Según el reconocido escritor y psicólogo argentino Walter Riso, en muchas ocasiones cuando el hombre logra tomar conciencia ya el mal está hecho, posiblemente necesitó un cáncer o un infarto para darse cuenta de algo que parece tan elemental como la necesidad de expresar, recibir y hacer sentir amor.

No es raro escuchar hombres que, con mucho orgullo, dicen que su padre era un tipo trabajador. Lo justifican diciendo: «Esa era la forma que mi viejo tenía de demostrar su amor», y es cierto; el problema es que no fue suficiente esa entrega al trabajo, por más heroica y productiva que resultase, porque los seres queridos se sintieron desatendidos e invisibles afectivamente.

Cuando Riso relata la experiencia de la relación con su padre, confiesa que le daba miedo conocerlo porque no sabía con cuánto dolor se iba a encontrar, con cuántas palabras no dichas y atrapadas en un espacio invisible, en un condón emocional que no permitía que ambos contactaran sus corazones.

Un hecho doloroso cambió el ritmo de la danza silente y distante que bailaban por años, para ponerlos a bailar «pegao». Una crítica situación económica que azotaba a la familia puso al padre de rodillas; en ese momento de rendición se abrió con su hijo, le habló de sus miedos, angustias, frustraciones e impotencias… valiéndose de palabras humedecidas por un llanto incontrolado.

Riso nunca lo había visto llorar así y esas lágrimas los acercaron tanto que se despojaron de sus respectivos condones emocionales y desde esa vulnerabilidad, debilidad y fragilidad se abrazaron. Después de un rato, un padre más sereno le contó montones de cosas sobre su vida, amores, sueños, desengaños.

Ambas masculinidades hicieron contacto, se vieron a los ojos, las almas se reconocieron y en ese momento se inició la posibilidad de hacer juntos la travesía al corazón, como hizo Ulises cuando decidió acercarse a su hijo Telémaco, al que no veía desde que era muy pequeñito.

Lo que no sabía Ulises era que los dioses habían preparado un largo y accidentado viaje, desde Troya hasta Ítaca, que duraría diez años y se convirtió en toda una odisea. Siempre, antes, durante y al final del viaje, el padre que se cree ausente está presente en los genes, recuerdos, las formas de ser y hacer, mostrándonos que, a pesar de la distancia, estamos mucho más cerca de lo que creemos.

¿Qué está pasando en la cuarentena?

Nuestros hijos varones aprenderán a ser padres, no por lo que le dice mamá, sino por lo que ven de papá. Ciertamente, cada vez es más común ver hombres con sus hijos e hijas en las calles, parques y centros comerciales.

El largo confinamiento ha exigido revisar y replantear condicionantes culturales que nos hacían creer que expresar sentimientos y emociones es «cosa de mujeres» y que los hombres deben ser fuertes, valientes, no deben llorar, sentir miedo, etcétera.

Que el hombre en esta cuarentena  realice tareas como planchar, barrer, lavar, cocinar, apoyar a los hijos con las asignaciones escolares, son hallazgos importantes que revelan cómo se puede   generar cambios en la medida que cada  quien asuma compromisos y responsabilidades que permitan atender los desafíos en la construcción de relaciones más equitativas y justas  en la pareja y familias.

Hasta la próxima resonancia.   

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