Por: Óscar Misle, @oscarmisle
En nuestras escuelas, por regla general, se ríen demasiado poco. Esa idea generalizada que hace que la educación de la mente sea algo tétrico, en la que poco se conecta la emoción y el corazón, es una de las cosas más difíciles de cambiar.
Urge revisar lo que Esté (1996) denomina "El Aula Punitiva", en la cual pareciera que un ángel castigador estuviese en vuelo constante entre los estudiantes y los maestros. Torres (1992) nos llama la atención con la visión de una rutina escolar, descrita por una persona en una reunión de maestros y especialistas: “Al visitar guarderías y jardines de infancia de la ciudad, le llamó la atención el bajísimo y hasta el nulo nivel de ruido que podía percibirse desde afuera en algunos de dichos planteles.
Al entrar a estos recintos del silencio, encontró alumnos santamente sentados, estanterías y mesas rigurosamente ordenados, espacios pulcros y aseados. Como en una biblioteca, no como en un aula. Como en un cementerio, no como en un jardín de infantes.
Niño es juego, y juego es bulla. Niño es movimiento, y movimiento es bulla. Niño es expresión y expresión es bulla. Niño es creatividad y creatividad es bulla. Niño es dinamismo y dinamismo es bulla. Niño es vida y vida es bulla. Negarla, reprimirla, es pues negar a los niños su derecho a ser niños, su derecho a jugar, a moverse, a expresarse, a crear, a vivir.
En muchas escuelas, se quiere que los niños jueguen, pero los juguetes se empaquetan y colocan a la altura necesaria para que solo los adultos puedan alcanzarlos, en horarios y bajo disposiciones adultas.
Se quiere que los niños se familiaricen con los libros y lean, pero la biblioteca se guarda celosamente con mil candados, para evitar que los libros se usen y, por tanto, se destruyan.
Se quiere que los niños dibujen, coloreen y construyan, pero se insiste todo el tiempo en la necesidad de mantener el aseo y el orden.
Se quiere que los niños trabajen en grupos y colectivamente, pero no se quiere que produzcan el ruido inevitable de la comunicación y la cooperación.
Se quiere que los niños se muevan, corran y brinquen, pero con la condición de no desplazarse, no rozar, no tropezarse, no exclamar ni gritar de contento.
Se quiere en fin, que los niños jueguen, lean, trabajen, construyan, se muevan, pero sin hacer ruido, ateniéndose a las normas adultas de la inmovilidad, el silencio, el aseo y el orden, normas que los adultos aprendimos en la infancia gracias a otros adultos…
La bulla, esa pobre tan mal vista y tan mal entendida en el ámbito escolar, suele considerarse sinónimo de indisciplina e irreverencia, expresión de desorden y hasta relajo, fuente de molestia y de castigo, motivo cotidiano de reprimendas, sanciones y malas notas. Pero, vista con lente humano, la bulla es básica y afortunadamente expresión del estar vivo: la bulla condensa el habla, la risa, el movimiento, el canto, la alegría".
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